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CUENTOS CIENCIA-FICCIóN
CUENTO EL ÚLTIMO VISIONARIO (por Laura Gallego García)
Nací en un mundo crepuscular bañado por la luz rojiza de dos soles carmesí; un mundo de luces y sombras, donde los límites entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira, entre el orden y el caos, se difuminaban en las brumas del tiempo y el espacio. He recorrido todas sus fronteras, he contemplado todas su maravillas y también todos sus horrores. He llegado hasta las cimas más altas y hasta los abismos más profundos; he atravesado sus océanos y sus desiertos, sus valles y sus bosques. He conocido a todas sus gentes: las pasiones humanas, los ideales élficos, la perseverancia de los enanos; la codicia de los goblins, la magia de los unicornios, el canto de las sirenas; las risas de las hadas, los caprichos de los duendes, la mirada inescrutable de los habitantes del bosque profundo… nada tiene ya secretos para mí.
A lo largo de mi vida se han sucedido siete generaciones de hombres. En el reino donde construí mi hogar han nacido y han muerto doce monarcas. Las guerras y las alianzas, las lluvias y las sequías, las hambrunas y las buenas cosechas se han desarrollado a mis pies. El hombre nace, vive, muere. Y después su memoria se pierde en la inmensidad del tiempo, como polvo entre la niebla.
Pero siempre vuelve la primavera, y luego el verano, y el otoño y el invierno; así ha sido siempre, y así será siempre. El ser mortal vive suponiendo que su instante es el único, que no hay más mundo que el que le rodea, que no existe más realidad que la que contemplan sus ojos. No quiere aceptar que el ciclo vital seguirá funcionando mucho después de que su especie haya desaparecido del mundo.
Yo, que puedo ver más allá, sé que mi mundo envuelto en luz color sangre no es el único ni el último. Sé que no existe un universo, sino un multiverso. Que todo lo que pudo haber sucedido, lo que puede suceder, lo que podría suceder… tiene su propia dimensión. El multiverso es tan infinito como infinitas las posibilidades de cambio. Cuando mi mundo sepa esta verdad, pensará de otra manera… si es que sus mentes son capaces de atisbar, siquiera por un momento, la pavorosa enormidad de lo que estoy describiendo.
Yo, que puedo ver más allá, sé que soy el último de mi especie y que pronto voy a morir. A lo largo de mi vida me he comportado de acuerdo con mi naturaleza. Sé por qué me odian ahí fuera. Y no me importa. Nunca aspiré a ser diferente de lo que soy. Nunca aspiré a la eternidad.
Pero algo dentro de mí se resiste a dejar desaparecer mis conocimientos, sin más… Mi memoria… mi legado… no deben permanecer en algo tan perecedero como este frágil libro en el que estoy escribiendo. Y sé que existe un modo de alcanzar la inmortalidad.
Se acerca la hora. Me queda poco tiempo.

Sólo sé de una salida. El multiverso es infinito, como infinitas son las posibilidades. No puedo cambiar lo inevitable dentro de mi mundo, pero sí puedo usar la magia de esas posibilidades de otros mundos en mi favor. Puedo escoger una de esas posibilidades y hacerla realidad mediante mi magia. Sería un inmenso y ambicioso conjuro que afectaría a todo mi mundo en conjunto.
Es arriesgado, pero…
Veo… la veo claramente. Una posibilidad entre tantas. Una posibilidad que nos haría inmortales a todos, pero cambiaría completamente nuestra naturaleza, la naturaleza de todo este mundo.

Se acercan ya. No me queda mucho tiempo para realizar el hechizo.
Puedo ver esa posibilidad en mi mente: ¿y si…?

El enano le dio una patada al cuerpo inerte del fondo de la caverna.
-Más muerto que mi abuela -refunfuñó.
La joven luchadora respiró hondo y esbozó una sonrisa cansada. Su cuerpo estaba cubierto de sudor, su cabello chamuscado y su piel ennegrecida. Pero su rostro mostraba la inconfundible expresión de la victoria.
-Ha costado, ¿eh? -el guerrero se plantó en dos poderosos saltos sobre el cuerpo muerto y tendió la mano a su compañera para ayudarla a subir; ella guardó su espada y aceptó gentilmente la invitación-. Esta maldita bestia se ha resistido con todas sus fuerzas.
-Diríase que tenía mucho más que perder que la propia vida -susurró entonces una voz desde las sombras.
Los guerreros no prestaron atención. Su momento de gloria estaba allí, sobre el monstruo vencido, y no querían plantearse nada más que el sabor de la victoria en la batalla.
-Pues claro -dijo el enano-. Tiene que haber un botín en alguna parte, ¿no? Para eso estamos aquí.
Los guerreros reaccionaron enseguida y saltaron de lo alto de la bestia muerta.
La maga salió de las sombras y les dirigió una mirada insondable.
-Estoy empezando a creer que no ha sido buena idea.
-¿De qué tienes miedo? -le espetó la guerrera-. ¡Está muerto!
-Te necesitamos para controlar los objetos mágicos del botín, si los hay -añadió su compañero-. ¿Qué pasa? Te hemos pagado bien. No puedes echarte atrás ahora.
-No tengo miedo -dijo ella suavemente-. Pero tal vez no merecía morir.
-¡Era un dragón! -estalló el enano, con rabia-. ¡Mató a muchos de los míos a lo largo de su vida! ¡Ha sembrado el terror en este reino durante más de tres siglos! ¿Qué es eso de que no merecía morir?
La maga no respondió. Se acercó a la criatura muerta y posó una mano sobre la frente escamosa.
-Un tercer ojo -dijo-. Ni los más poderosos archimagos han llegado a averiguar por qué algunos dragones nacen, de vez en cuando, con un tercer ojo sobre la frente. Se dice que tal vez poseen poderes especiales.
-¡Pamplinas!
-Si éste tenía poderes especiales, desde luego, no los ha usado -concluyó el guerrero secamente-. ¿Para qué preocuparse más? Está muerto; ya no causará más dolor al mundo.
De pronto una melodiosa voz élfica sonó por los corredores; un voz teñida de asombro y respeto:
-¡Nim´allas! ¡Venid a ver esto!
-¡Ese orejudo se ha escapado en busca del botín! -exclamó el enano, echando a correr por el túnel.
Los guerreros le siguieron. La maga se quedó un momento en silencio junto al cadáver y acarició de nuevo la cresta del gran dragón azul. Después, con un suspiro, susurró las palabras de un hechizo y se desvaneció en el aire.
Sus compañeros habían llegado a la inmensa cámara del tesoro del dragón y lo contemplaban todo maravillados. Allí había más riquezas de las que podrían gastar ni aun viviendo a cuerpo de rey durante doscientos años. Monedas de oro y plata, joyas, alhajas, piedras preciosas…
La maga se materializó junto a ellos, suspiró de nuevo y dirigió su mirada al elfo. Al igual que ella, había captado enseguida que aquella sala guardaba un secreto extraordinario. Ignorando el fabuloso tesoro, había caminado hasta el fondo de la cueva y estaba leyendo un enorme volumen, con semblante grave.
La maga avanzó hasta situarse a su lado.
-¿Un libro de magia? -preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
-No. Sus memorias.
La maga no dijo nada, por lo que el elfo añadió:
-No sabía que los dragones escribiesen libros.
-Te sorprendería lo que los dragones son capaces de hacer.
-Eran -corrigió el elfo-. Según este libro, esta bestia que hemos matado hoy era el último de su especie.
La maga supo entonces, de golpe, por qué se había sentido tan culpable todo el día.
-Pero dice también que hay otros dragones en otros lugares. En otros mundos. Otras dimensiones. Otros universos.
La maga y el elfo se miraron a los ojos un momento. Entonces el elfo volvió a centrarse en el libro y comenzó a leer, en voz alta, la última anotación del último de los dragones. Su voz ascendió hasta lo alto de la caverna y la llenó por completo. Lentamente, de mala gana, el enano y los guerreros se dejaron transportar por ella y llegaron a olvidarse por un momento del botín del reptil azul.
Para cuando el elfo leyó los últimos párrafos, todos estaban reunidos en silencio a su alrededor. Escucharon con seriedad las revelaciones del visionario sobre el Multiverso; sus corazones empezaron a llenarse de terror, un terror irracional a la verdad.
A medida que las reflexiones del dragón azul llegaban a sus mentes transportadas por la melodiosa voz del elfo, ellos se sintieron cada vez más pequeños y más miserables. Sentían miedo ante aquello que trataba de explicarles el visionario, aunque no llegaran a entenderlo completamente. Sólo la maga lo intuía con claridad; y, mientras el elfo leía en el libro cómo aquella criatura había tratado de lanzar su último hechizo antes de morir, ella supo, con total certeza, que lo había conseguido.
Por eso se quedó completamente helada cuando el elfo leyó la última frase anotada en el diario del dragón:
¿...Y si nuestro mundo no fuera más que una quimera imaginada por la mente de alguien en otro universo?


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