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CUENTOS PARA MAYORES
CUENTO UN DíA DE COMPRAS (por Agustín Cortés)
La señora Pinto tomó su bolso, apretó el botón del teletransportador y se introdujo en el aro de luz. A los pocos segundos se encontraba en los almacenes COMPRAQUI, los más amplios y bien surtidos del planeta Tierra y aquellos que, según las estadísticas habían retenido el mayor volumen de venta durante 2065.

El local se encontraba atestado de compradores en esos momentos y la señora Pinto tuvo que esperar algunos minutos para poder entrar.

Realmente resultaba innecesario en pleno siglo XXI el que hubiera semejantes aglomeraciones, pero los psicólogos habían considerado que era lo mejor ya que, como se había demostrado cincuenta años antes, con el establecimiento de los llamados tubos comerciales, la falta de salidas a comprar y el no poder ver aparadores provocaba en las amas de casa la llamada fatiga del hogar. Además, y esto lo aseguraban los maliciosos, la floreciente actividad de la publicidad se había derrumbado a principios de siglo - por lo que se recurrió a la psicología para demostrar los efectos nocivos del exagerado automatismo y volver a los buenos tiempos publicitarios. Todo esto, a decir, repito, de los maliciosos, por iniciativa de ciertos personajes dueños ahora de los principales almacenes.

Por fin la señora Pinto pudo entrar en el establecimiento. Un enorme lugar en donde, según la publicidad, podía encontrarse desde un alfiler atómico hasta un perro marciano.

Tomó su carretilla y se dedicó a recorrer el almacén.

Primero fue a adquirir los comestibles necesarios a la sección correspondiente. Ahí se encontraba de todo: tomates americanos, zanahorias europeas, papas venusinas, arroz asiático, y todo de la mejor calidad; carnes y mariscos como tiburón marciano, chuletas de res venusina, camarones mexicanos y mil variedades más.

La señora Pinto se disponía a llevar tres paquetes de azúcar Grano Dulce y cuando los iba a tomar, un pequeño foco azul se encendió frente a sus ojos y comenzó a parpadear; una voz ordenó:

- ¡Compre azúcar Grano Blanco!

- Pero si a mí me gusta la Grano Dulce - protestó la señora Pinto.

- ¡Grano Blanco! - replicó imperiosa la voz.

El foquito azul no dejaba de parpadear.

- Está bien - contestó la señora con voz monótona y con la mirada perdida en el vacío.

Tomó tres paquetes.

- ¡Cinco paquetes! - estalló la voz.

- Si, perdón, cinco paquetes.

Colocó los dos que le faltaban en su carretilla y se alejó. Un timbre sonó en esos momentos y la hasta entonces opaca mirada de la señora Pinto volvió a adquirir su brillantez natural.

El hipnoanuncio era un método casi infalible para vender, y digo casi porque no afectaba a personas que llevaran anteojos oscuros, claro que esto jamás se había comunicado al público y por ello la señora Pinto nunca podía explicarse por qué apuntaba en su lista semanal tres paquetes de azúcar Grano Dulce y compraba invariablemente cinco de azúcar Grano Blanco.

Con métodos parecidos, la publicidad había alcanzado un grado superior de desarrollo. La publicidad lo invadía todo. Se habían colocado magnavoces en todas las calles que repetían constantemente los diversos logros del gobierno, aunque éstos no existiesen, consiguiendo con esto una adhesión inconsciente al régimen.

La señora Pinto continuó su recorrido por el enorme almacén realizando sus compras entre foquitos parpadeantes de diversos colores.

Cuando llegó a la sección de ropa para niños tomó unas camisas - Esa Marca no Sirve -. Un hombre joven, bastante bien vestido y de aspecto sumamente agradable se acercó llevando en las manos unas camisas de marca distinta.

- Pero siempre llevo de éstas. Resultan muy buenas.

- Eso era antes señora, ahora las cosas son distintas.

- Pero ...

- Nada de peros - y diciendo esto el joven sacó las camisas que la señora llevaba y colocó las otras.

- Oiga, espere ... yo ...

- Vamos señora, vamos, no proteste y siga su camino. ¿Que no se da cuenta de la cantidad de gente que tengo que atender?

- Perdone - respondió humildemente la señora Pinto plenamente convencida por el aspecto del joven.

Este era uno de los primeros egresados del Centro Capacitador de Vendedores que surgió con apoyo en las teorías de Chabelo Cincopelos - célebre publicista de principios del siglo XXI que sostenía que la publicidad debería llevarse a cabo en una forma enérgica y decidida. Murió en 2035 cuando, predicando con el ejemplo, trató de vender una camisa de fuerza a un esquizofrénico -, y del que se esperaban salieran jóvenes y enérgicos vendedores en el menor tiempo posible y adiestrados en el maravilloso texto de Cincopelos: ¿Cómo obligar a comprar sin amenazar al cliente?

La señora Pinto siguió caminando, ya sólo le faltaba comprar unos guantes y se dirigió a la sección respectiva ...

- Perdone señorita, ¿dónde están los guantes blancos? - preguntó a una empleada.

- ¿Guantes blancos ha dicho? - respondió, sorprendida, la empleada.

- Pero ... ¿usted está loca?

- ¿Cómo dice?

- Que si está loca ¿o qué?

- Oiga, no le permito ...

- ¿Qué no me permite? No hace falta señora, no, es realmente inconcebible que una persona como usted no tenga el menor sentido de la estética.

- ¿Qué yo no tengo qué ...?

- Nada señora, olvídelo. Los guantes blancos están en el estante Z, con su permiso - y diciendo esto la empleada dio media vuelta y se alejó.

La señora Pinto iba a tomar los guantes blancos cuando un terrible sentimiento de duda se apoderó de ella. Lo pensó un momento, luego apretó el timbre y a poco apareció nuevamente la empleada.

- ¿Me llamó señora?

- Sí señorita, quería preguntarle algo.

- Usted dirá ...

- Este ... ¿qué color de guantes cree usted me queden bien?

- Bueno ... Pues ... mmmm - vio una pila de guantes rojos que no se vendían y agregó - Yo diría que rojos.

- ¡Rojos, a mi edad!

- Bueno, yo decía, con permiso.

- No, no se vaya - suplicó en tono de desamparo la señora Pinto.

- ¿Dónde están los guantes rojos? - añadió casi implorando.

- Ahí, mírelos - la empleada le señaló la pila rezagada.

- ¡Ah sí! Me llevo unos. Gracias señorita - la señora casi lloraba de agradecimiento.

- De nada señora, estamos para servirla.

La señora Pinto se retiró muy satisfecha, la psicología aplicada resultaba un método infalible para vender prendas femeninas. Pagó en la caja. Y mientras esperaba turno para abordar un teletransportador pensaba: ¡Ah, qué maravilla vivir en este siglo! ¡Es hermoso poder comprar lo que uno desea con toda libertad y sin limitación alguna! Y con una expresión de felicidad, amén de su sonrisa beatificante, abordó el teletransportador y apretó el botón.

(A Rico Mac Pato con afecto)
Relato incluido en el libro "¿De dónde?" de Agustín Cortés Gaviño (1969)


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