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CUENTOS ORIENTALES
CUENTO EL SUEñO DEL BORRACHO (por Lin Yutang)
Este es uno de los más conocidos cuentos Tang, escrito por Li Kung-tso, quien también escribió varios otros relatos populares. Como Li Fu-yen, vivió en la primera mitad del siglo nueve. "El Sueño de Rama del Sur" es ahora una expresión china corriente, y significa que la vida no es más que un sueño.

Chunyu Fen era un hombre muy dado a la bebida. El nombre "Fen" (que quiere decir "Magnífica Confusión"), que había adoptado, era evidentemente indicativo de su ideal en la vida y del estado real de sus finanzas. Ya había dilapidado la mitad de su fortuna.
Jamás podrá establecerse con claridad si derrochó su dinero en borracheras con sus amigos o en orgías con mujeres, o porque su vida era ya una confusión, o, para decirlo más generosamente, porque su vida se encontraba en un estado de hermosa confusión.
En una ocasión recibió un nombramiento de teniente coronel en el ejército, pero fue dado de baja por embriaguez e insubordinación. Ahora carecía de empleo y de preocupaciones, y pasaba sus días con amigos alegres; su capacidad financiera disminuía en la medida en que se duplicaba su capacidad para beber. A veces, cuando estaba sobrio, pensaba en su ambición juvenil de hacer una gran carrera oficial y derramaba unas pocas lágrimas por sus esperanzas perdidas, pero cuando estaba lleno de "divino fluido" volvía a sentirse feliz.
Vivía en su hogar ancestral, cerca de Kwangling, a unos cinco kilómetros de la gran ciudad. Al sur de su casa había un terreno baldío en el que se erguía un enorme y viejo algarrobo, bajo cuya sombra él y sus amigos llevaban a cabo grandes borracheras.
Tales árboles alcanzan a menudo una avanzada edad. En ocasiones, después de haber estado aparentemente muertos durante treinta o cuarenta años, surgen brotes verdes de un viejo tocón y el árbol tiene un segundo período de vida. Ese árbol de frente a la casa de Fen había llegado a una avanzada edad, como cualquiera podía ver por sus largas ramas que se extendían en todas direcciones. El suelo, debajo de él, se había resquebrajado, y las raíces estaban al descubierto, retorcidas y anudadas, proporcionando albergue a numerosos insectos.
Un día Fen estaba tan ebrio, que rompió a llorar. (Fue en septiembre del año 792, según sus amigos.) Declaró que se sentía profundamente conmovido por el grande y viejo árbol. Había jugado debajo de él, de niño, al igual que su padre y su abuelo. Ahora se estaba poniendo viejo. (En rigor, apenas llegaba a los treinta años de edad.) Lloró tan fuerte, que sus amigos, Chou y Tien, lo llevaron a la casa y lo acostaron en un sofá, junto a la pared del corredor oriental.
- Duerme un poco y se te pasará. Nosotros nos quedaremos un rato, para dar el pienso a los caballos, lavarnos los pies y esperar a que te sientas mejor.
Fen se durmió profundamente. En cuanto cerró los ojos vio que se le acercaban dos mensajeros de uniforme púrpura, le hacían una profunda reverencia y le decían:
- El rey de Algarrobania te envía sus saludos. Te ha mandado su carruaje y te invita a visitarlo.
Fen se levantó de inmediato y se puso su mejor gorro y la túnica más nueva, y cuando llegó a la puerta vio un hermoso carruaje verde, tirado por cuatro caballos con arneses dorados y borlas rojas, y un séquito de siete u ocho cortesanos esperándolo.
En cuanto se introdujo en la carroza, ésta se dirigió hacia una depresión del terreno, en la que las raíces del árbol formaban una gran cavidad. Para su sorpresa, el carruaje se introdujo directamente en el hoyo. Al otro lado de la entrada vio un nuevo y maravilloso paisaje con colinas y ríos, completamente desconocido para él. Cinco o seis kilómetros más adelante vio una alta muralla con almenajes y torres. El camino que llevaba a la puerta estaba atestado de tránsito, y los peatones se apiñaban al costado para dejar pasar el carruaje real y contemplar al invitado del rey. Cuando llegaron a la puerta, Fen vio grandes caracteres dorados, dibujados sobre la torre, que proclamaban: EL REINO DE ALGARROBANIA.
Las murallas se extendían kilómetros y kilómetros y las calles estaban atestadas de gente. Parecían ser industriosos y activos, y, para su sorpresa, limpios y corteses. Se saludaban los unos a los otros; apenas se detenían para intercambiar por segunda vez buenos deseos y luego seguían su camino, como si el día fuese demasiado corto para todo el trabajo que había que hacer. No pudo entender qué hacían con tanto trajín. Los obreros llevaban enormes sacos repletos sobre la cabeza. También había soldados, en sus puestos, altos y hermosos y vestidos con limpios uniformes.
Una delegación real lo recibió en la puerta, y fue escoltado a una magnífica mansión con muchos patios y un jardín especial, reservado para los huéspedes de alcurnia. Hacía apenas cinco minutos que se encontraba allí cuando el cortesano anunció que el primer ministro había ido a visitarlo. Se hicieron mutuamente una reverencia y el primer ministro informó a Fen que se encontraba allí para llevarlo a ver al rey.
- A su majestad real le agradaría casar a su segunda hija con usted - le anunció el primer ministro.
- Vuestro humilde servidor es completamente indigno de ese honor - contestó el borrachín, pero en su /interior se sintió grandemente complacido con su buena suerte.
"Mi suerte ha cambiado por fin - pensó -. Mostraré a la gente lo que yo, Chunyu Fen, puedo hacer. Seré un honrado y leal servidor de Su Majestad y un buen funcionario para el pueblo. Mi vida no será ya un embrollo. Les mostraré lo que puedo hacer.
A cien metros de la casa, Fen y el primer ministro entraron por un gran portón rojo con picaportes dorados. Guardias y soldados con lanzas y tridentes estaban en posición de atención, en tanto que funcionarios en traje de gala se alineaban a ambos lados del camino para ver al distinguido huésped. Fen nunca se había sentido tan importante. Vio a sus amigos, Chou y Tien, entre los espectadores, y pasó ante ellos con un gesto, pensando cuánto lo envidiarían ese día.
Acompañado por el ministro, subió los escalones y entró en una gran sala, que, según se dio cuenta, era la sala de audiencias del rey. Fen apenas se atrevió a levantar la cabeza. El funcionario encargado de las ceremonias le pidió que se arrodillara, y así lo hizo.
- Hemos recibido un pedido de tu venerable padre - dijo el rey -. Ha condescendido a honrarnos con una proposición para casarte con nuestra segunda hija, Yao-fang. Hemos decidido que la princesa, nuestra querida segunda hija, sea tu esposa.
El borrachín se sintió tan abrumado, que apenas pudo balbucear su agradecimiento.
- Bien, puedes retirarte ahora y tomarte un buen descanso durante unos días. Visita la ciudad a tus anchas. Mi primer ministro te acompañará y te enseñará todo lo que haya que ver. Dentro de pocos días tendré terminados los preparativos para la boda.
Como lo dijo, así lo hizo. Unos días más tarde toda la ciudad se volcó a presenciar el casamiento de la princesa, que estaba vestida con la más delicada y tenue gasa, cubierta de joyas y rodeada de bellas cortesanas. La princesa, además, era buena y sabia y afable.
Fen se enamoró locamente de ella, a primera vista.
En la noche de bodas la princesa le dijo:
- Puedo pedirle a mi padre que te dé un puesto... cualquiera que quieras.
- Para decirte la verdad - repuso el novio-borrachín -, durante todos estos años he llevado una vida ociosa. No conozco los procedimientos administrativos ni los rudimentos del gobierno de un país.
- No te preocupes. Yo te ayudaré - dijo la princesa con dulzura.
Eso era demasiado, pensó el borrachín: ser el esposo de una princesa y tener, por añadidura, un alto puesto. Tuvo ganas de llorar, pero temió que lo entendieran mal y contuvo las lágrimas.
Al día siguiente la princesa habló con su padre y el rey dijo:
- Creo que lo haré gobernante del distrito de la Rama Sur. El gobernador acaba de ser destituido por negligencia en el cumplimiento de sus deberes. Es una hermosa ciudad, situada al pie de una colina, con un gran bosque y saltos de agua y grutas en las afueras.

La población es industriosa y respetuosa de la ley. La piel de IQS 'habitantes es más oscura que la nuestra, pero son bravos guerreros. Quedarán encantados de que mi yerno y mi princesa los gobiernen. A ti te adorarán. Estoy seguro de que te gustará eso.
Fen se sintió encantado con el nombramiento. No le importaba dónde iría a vivir, siempre que tuviera a la princesa a su lado.
- ¡De modo que seré el gobernador de la Villa del Sur! - exclamó.
- Querido, el distrito se llama Rama del Sur - corrigió la princesa.
- No importa cómo se llame, ¿no es cierto?
El único pedido de Fen fue que se permitiera que sus amigos Chou y Tien lo acompañaran como ayudantes. Una regia cena de despedida fue ofrecida a la pareja, y el propio rey los acompañó hasta la puerta del palacio. Enormes muchedumbres salieron a ver a la princesa viajando en su carruaje en compañía del novio real, y las mujeres derramaron lágrimas, porque los habitantes de Algarrobania eran gente sentimental. La carroza real era precedida de guardias a caballo y clarines y trompas, y seguida de una gran escolta de soldados que los acompañarían hasta Rama del Sur. El viaje duró tres días, y cuando llegaron les recibió una ensordecedora aclamación.
Pasaron un maravilloso año en Rama del Sur. Los residentes eran leales y bien disciplinados, y cada uno tenía un oficio. En la ciudad no había vagabundos ni mendigos. Fen había oído decir que, en caso de guerra, todos los hombres y mujeres se presentaban a defender sus hogares, y combatían con desprecio de sus vidas. Pero rara vez reñían entre sí. La princesa era graciosa y amable, y el pueblo la adoraba. Fen era perezoso por naturaleza, pero su esposa le instaba a levantarse por la mañana temprano y cumplir con sus tareas, para sentar un ejemplo ante su pueblo, y eso era lo único que a él no le agradaba. En su despacho tenía guardada una botella, pero, a conciencia, hacía lo posible para mantenerse digno del amor de la princesa. Sabía que tenía que vivir una vida ejemplar; ese era el precio de estar relacionado con la realeza. Pero por las tardes el tiempo le pertenecía y a menudo iba con su amada esposa al bosque, donde se paseaban tomados de la mano, o bien se sentaba con Chou y Tien en una de las grutas, a beber un trago. Fue allí donde descubrió que el precio de la grandeza era excesivo.
- Ni una gota más, querido - dijo la bondadosa princesa.
Bueno, pensó él, no se puede tener todo en la vida. Le quedó agradecido, porque ella le había ayudado a redactar los informes oficiales al rey y otros importantes documentos.
Con Chou y Tien de secretarios - éstos lo consideraban ahora con temor y respeto -, pensó, con toda justicia, que no podía exigir nada más de la vida.
Al cabo de un año, su amada princesa enfermó de un resfriado y murió. Su pena fue tan grande e inconsolable, que comenzó a beber nuevamente. Pidió que se le relevara de su puesto y solicitó permiso para regresar a la capital. Siguió el ataúd de la princesa y le proporcionó un funeral regio. Con sus propios ahorros le construyó un hermoso mausoleo blanco en la cima de una loma pedregosa, y lloró amargamente, negándose a abandonar el lugar durante tres meses.
Con la muerte de la princesa, todo se arruinó. En su congoja, andaba por la ciudad, frecuentando las tabernas y emborrachándose día y noche. El rey, habiendo perdido a su hija, se mostraba ahora frío hacia él. A los oídos del soberano llegaron informes de su desordenada conducta en la capital, pero en memoria de la princesa no quiso deshonrarlo públicamente. El pueblo se enteró de ello, y sus amigos comenzaron a abandonarlo. Quedó reducido al estado de tener que pedir dinero prestado a Chou y Tien, para poder beber. En una ocasión durmió toda la noche en el suelo de una taberna.
- ¡Expulsen al pillastre! - exigía el populacho -. ¡Es una deshonra para la nación!
El rey se avergonzó de tener semejante yerno, y la reina le dijo un día a Fen: - Eres tan desdichado porque tu esposa murió. ¿Por qué no te vas a tu casa, para cambiar?
- Esta es mi casa. ¿A qué otra parte puedo ir?
- Tu casa está en Kwangling, ¿no te acuerdas?
Fen recordó vagamente que tenía una enorme casa en Kwangling, y que había llegado al reino hacía un año, siendo un extranjero. Desazonado, dijo que regresaría a su hogar.
- Muy bien, te daré dos criados para que te acompañen.
Vio nuevamente a los dos mensajeros que lo habían llevado al reino, pero esa vez, cuando llegaron a la puerta, se encontró con un viejo y destartalado carruaje. No había soldados a pie, ni séquito ni amigos que lo despidieran. Incluso la librea de los criados era vieja, raída y descolorida, y cuando pasó por la puerta de la ciudad nadie le prestó atención. Pensó en los días de pompa y gloria y se dio cuenta de cuan vanos y fugaces eran tales honores terrenos.
Reconoció el camino por el que había pasado un año antes. Pronto la carroza pasó a través de una entrada rocosa. En cuanto vio la aldea rompió a llorar. Los cortesanos lo llevaron hasta su casa. Lo acostaron en un sofá situado junto a la pared del corredor oriental y le gritaron con tono brusco:
- ¡Ahora estás en tu hogar!
Fen despertó con un sobresalto. Vio que sus amigos aún se estaban lavando los pies en el centro del patio. El sol del atardecer todavía arrojaba sombras sobre la pared oriental.
- ¡Qué vida! - exclamó.
- ¡Qué! ¿Por qué despertaste tan pronto? - le preguntaron Chou y Tien.
- ¿Tan pronto? He vivido toda una vida, desde que me dormí.
Les contó a sus amigos el extraordinario sueño y su visita al reino de Algarrobania, y ellos se maravillaron.
Llevando a sus amigos ante el viejo algarrobo, y señalando una cavidad que había debajo de las retorcidas raíces, dijo:
- He aquí por dónde pasó mi carruaje. Lo recuerdo claramente.
- Debes de haber sido encantado por el espíritu del árbol. Es un árbol viejísimo.
- Vengan mañana - dijo Fen a sus amigos -. Examinaremos el hoyo.
Al día siguiente pidió a sus criados que tomaran hachas y palas y cavaran en torno al agujero. Cortaron algunas de las grandes raíces y descubrieron una gran cueva subterránea de unos tres metros cuadrados, cruzada en zigzag por vástagos. A un lado de la caverna, situada en un plano un poco más elevado, había una ciudad en miniatura, con caminos, compartimientos y corredores de unión. Miles de hormigas pululaban por el lugar. En el centro había una terraza elevada en la que se veían dos hormigas gigantes, de alas blancas y cabeza roja, y docenas de grandes hormigas montaban guardia en torno a ellas.
- ¡De modo que este es el reino de Algarrobania, y ese es el rey, en su palacio! - Fen se mostró asombrado.
Un largo corredor conducía desde la cueva central en dirección a la rama del sur, donde encontraron otro hormiguero en un gran hoyo, también construido con estructura de barro y corredores. Las hormigas eran más oscuras que las de la cueva central.
Reconoció la torre de la puerta del distrito de Rama del Sur y el pueblecito en que había pasado un año tan feliz. Le conmovió ver a sus súbditos precipitándose locamente de un lado a otro, cuando les revolvieron el hormiguero. El fondo de la podrida rama estaba cubierto de estrías, y en un costado había un retazo de musgo verde. Indudablemente ese era el bosque en que él y la princesa habían pasado juntos tantas horas dichosas, y cerca estaban las pequeñas grutas en que su esposa le había dicho: "Querido, ni una sola gota más."

Excitado por el curioso descubrimiento, exploró el pasaje que unía con la cueva central y que necesitó tres días para recorrer con el carruaje de la princesa. Finalmente descubrió hacia el este otro pequeño hoyo, de aproximadamente un metro. Era más pedregoso y sólo unas pocas hormigas vagaban por él sin rumbo. Un pequeño montículo, de unos diez centímetros de altura, se erguía en el centro, coronado por un guijarro dentado cuya forma le recordó el mausoleo de la princesa. Sabía que era un sueño, pero el afecto que sentía por ella aún le rondaba en el corazón y le daba una sensación de la futilidad y transitoriedad de la vida.
Con un profundo suspiro, dijo a sus amigos:
- Me parecía que estaba soñando, pero ahora sé que el reino de Algarrobania es real... tan real como ustedes o yo. Quizá todos somos soñadores.
Fen nunca volvió a ser el mismo hombre. Se hizo monje, se dio nuevamente a la bebida - bebía más intensamente que nunca - y murió tres años más tarde.




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