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CUENTOS MITOLóGICOS
CUENTO EL FIN DEL GIGANTE (por Folklore Norteamericano)
'El fin del Gigante que tenia el corazón en el Tobillo'

"Mantente alejado de esas cuevas o Ettati te cogerá." (Jefe Miwok)

La historia transcurrió en Yosemite Valley.
La historia transcurría en aquella época en la que los hombres no habían aparecido aún sobre la Tierra. Quizá todo sucedía en aquel recién estrenado Mundo Medio que se vieron obligados los animales a crear con la ayuda de la pequeña Araña de Agua para disponer de un lugar más amplio donde poder establecerse y vivir con comodidad, ya que el Mundo Superior había quedado tan reducido e incapaz de contener en él la multitud ingente de animales que cada día surgían en nuevas reproducciones y que amenazaba con romper el equilibrio y el bienestar de los que gozaban hasta ese momento en aquél, donde fueron concebidos y creados.
Así pues, de entre las innumerables especies de animales que emigraron al Mundo Medio las aves se instalaron en el paradisíaco valle situado en la gran península al sur de las grandes praderas de los territorios de los pieles rojas. Allí convivieron felizmente durante mucho y largo tiempo gozando del buen clima, del sol suave y de un clima benigno que era capaz de hacer crecer los más maravillosos y nutritivos árboles frutales que ofrendaban sus frutas maduras, no sólo para su alimento sino también para su goce. Las aves revoloteaban sobre los jarales, a las orillas del mar acudían para pescar su comida fresca y luego se volvían a las floridas campiñas donde tenían sus nidos y las inundaban con sus trinos llenos de candor y pureza.
Quizá, advertido algún otro animal terrestre por alguno otro inquieto y dado a la exploración, se advirtió a todos las demás especies animales de la existencia de este confortable paraíso, con lo cual rápidamente todos los que pudieron y que sus fuerzas les asistían para realizar el esfuerzo iniciaron una marcha hacia él; cuando llegaron a su tierra prometida se instalaron en ella, ocupando sus ríos, los pantanos del interior, los bosques, las llanuras verdes que surgían entre las corrientes de agua, y construyeron sus madrigueras, sus hogares, unos dentro de las cristalinas aguas y ayudados por grandes y pequeñas ramas de los árboles caídos, otros en lo profundo de las cuevas del macizo montañoso que se alzaba al norte, otros excavando simplemente la tierra y la arcilla y llenándola de la pelusa algodonosa que caía de su cuerpo y de gran hojarasca seca y crujiente, donde reposarían sus enormes moles.
Al principio, Alguien Poderoso que, desde el Mundo Superior, observaba la invasión del territorio bonancible por parte de todo tipo de animales indefensos, alimañas y feroces felinos, pensó que el caos que allí se iba a producir iba a resultar insoportable. Pero no fue así. La multitud ' de especies animales, tan contradictorias entre ellas y con hábitos de vida tan distintos que les hacían ser incompatibles, se supieron organizar perfectamente y con inteligencia, de modo que adaptaron sus comportamientos y sus peculiaridades de tal forma que trataron de ser compatibles y necesarios los unos a los otros. Incluso la vida de unos dependía de la vida de otros. Se organizó entre ellos una escala de dependencias, una cadena biológica en la que mandaba el equilibrio de la naturaleza, de modo que unos animales tenían que morir necesariamente para salvar su propia especie; eran el principio vital y necesario para que otros comenzaran sus existencias, para que sus especies no desapareciesen de la Tierra por inanición y abandono.
Así pues el mundo de las aves se pudo compartir felizmente con el de los animales de otras especies y en Yosemite Valley todas las bestias de la naturaleza pudieron convivir perfectamente bien.
La felicidad comenzó ya a verse ligeramente interrumpida cuando en los territorios del Norte y en las zonas costeras aparecieron unos seres extraños que caminaban erectos, tenían la piel del color del cobre y que se comían a todo lo que encontraban a su paso: peces, aves, frutos y hojas de los árboles.

Pero aun así la felicidad se albergaba con toda su carga de dones hasta en los más recónditos lugares del paradisíaco valle de la gran península rodeada de aguas tibias y carente de cualquier ardid ventoso que pudiera resecar su feracidad y frescura.
Así convivían estos seres vivos hasta que un día apareció, llegado de las tierras de las áridas tierras del Norte, un gigantesco hombre tan voraz y hambriento que lo primero que hizo al ver aquel encantador lugar fue dirigirse a las aldeas de los rudimentarios seres humanos, atraparlos y alimentarse con ellos. Por lo visto, la multitud de animales variados, grandes y pequeños, crueles y bondadosos, no eran de su agrado o simplemente los reservaba para cuando acabara con aquellos que no protegían sus cuerpos con pelo o lana.
—¡ Uwulin! —gritábanse entre sí los pieles rojas de la tribus que se extendían por todo el territorio para avisarse del peligro que les acechaba.
Uwulin era el nombre que le habían dado los aborígenes porque en él sólo veían el atributo que más horror les daba: comedor.
Con esa palabra tan gráfica es como nombraban, en su jerga rudimentaria, los pieles rojas al gran gigante, ogro, comedor de carne humana.
—Es "alto como un pino y sus manos tan grandes que podía sostener diez hombres a la vez en cada mano".
De esta forma explicaba un semidesnudo piel roja que mojaba sus pies sentado sobre una roca batida por las aguas del mar a un mozalbete rapado y esquelético que le escuchaba aterrado y que, por supuesto, no había visto jamás al tenebroso Uwulin, al inhumano "Comedor".
Cuando los indios escuchaban las grandes zancadas con que caminaba el descomunal ogro corrían a esconderse en las profundidades más ocultas de sus cabañas y cuevas. Cuando lo veían partir hacía uno de los viajes que hacía para buscar a sus víctimas en otras latitudes, descansaban y resoplaban con alivio; pero a la vez colocaban en los lugares estratégicos algún vigía que les avisase cuando regresaba a su morada en el valle.
A Uwulin le gustaba mucho viajar y enfrentarse con nuevas gentes que le dieran a su comida nuevos sabores. Cuando lo hacía cargaba sobre su descomunal hombro un enorme saco que agarraba con su mano y apoyaba sobre su pecho seboso, peludo como una colina erizada de matorral.
Los aborígenes al verle desde sus escondites decían unos a otros:
—Ahí, en el saco, es donde mete a las gentes que rapta.
Le miraban con temor.
Otro decía lleno de estupor y miedo:
—¡Mirad, mirad cuan grande es su saco!
Se horrorizaban y huían hasta la oscuridad de sus casas.
Otro piel roja observó:
—Su saco es tan grande que de seguro que cabe en él toda la población de una de nuestras aldeas.
Todos asintieron con los ojos desorbitados.
Los hombres le vieron partir de allí con gran alivio.
Uwulin, dando tan grandes pasos que con uno de ellos bastaba para salvar la cumbre de una gran colina, inició su viaje por toda la península. Iba de una a otra aldea llevando con su presencia el terror y el sufrimiento. "Cogió a tanta gente que, como no se la podía comer toda de una vez, la cortó en trozos pequeños e hizo cecina de su carne."
Uwulin, rendido por el cansancio que sentía debido al esfuerzo tan descomunal que había realizado en aventura tan cruenta, se dejó caer junto a una gran roca que se alzaba al lado de las sonoras aguas del río Merced, miles de millones de años antes de llamarse así, y aplastó con su corpulencia el manto verde y húmedo de la hierba que crecía en las riberas de la trepidante corriente de agua. Cuando ya el alivio le recorrió su cuerpo y el sueño de la digestión última había desaparecido, tomó los trozos humanos, aún sangrantes, que preparó y los colocó sobre la gran roca para que se secaran al sol, condenándola hasta la eternidad a que en ella aparecieran imborrables manchas "de la sangre de hacer la cecina".
Los animales y las aves, hartos del intruso y de sus crueldades, se aliaron y trataron de matar al gigante de todas las formas posibles.
—Usaremos nuestras flechas y nuestras lanzas cuando duerma.
En efecto, cuando el gigantesco ogro dormía estruendosamente bajo un bosquecillo de arces y castaños silvestres, se acercaron con sigilo portando montadas y a punto sus armas, con las que debían atravesarlo y matarlo. Cuando estuvieron sobre él, colgados de las ramas de los árboles y escondidos de la vista de Uwulin metidos en sus copas espesas, uno de ellos, el más arrojado y que parecía que era quien ostentaba la iniciativa en aquella partida ofensiva, gritó la orden:
—¡Ahora! Todos a la vez.
Lanzaron sus flechas y sus lanzas sobre el pecho y la cabeza del "Comedor", pero vieron que ninguna de ellas conseguía penetrar en su cuerpo. Desalentados y temerosos de que despertase el ogro, descendieron sigilosamente de los arces y de los castaños, silenciosos, con cuidado, para no caer en sus manos y ser devorados.
Los animales, como siempre hacen en el reino azul y blanco de la mitología, se reunieron en consejo para determinar el comportamiento que debían seguir en sus propósitos de exterminación del ogro.
Nadie sabía qué hacer. Todos temían a Uwulin. Por fin uno de ellos expresó:
—Podemos pedir la ayuda de Mosca.
—Ella, con su costumbre de revolotear e inquietar a todo ser viviente, podría sin peligro acercarse a "Comedor" y...
—...descubrir qué parte del gigante ogro es vulnerable a nuestras agudas armas.
La comadreja dijo:
—Con esa información, nosotros podremos urdir una trama para enfrentarnos sin riesgo a esa asquerosa criatura.
Llamaron a Mosca a la reunión y sin ambages le pusieron al corriente de sus planes y le suplicaron que les ayudara a llevarlos a cabo.
La aludida preguntó:
—¿Y cómo puedo yo ayudaros, cooperar con vosotros con éxito?
Los otros le dijeron:
—Muy fácilmente.
—Sí, cómo —interrumpió Mosca un poco alterada.
—... muy fácilmente, sí.
Y preguntó la requerida para heroína: —¿Qué debo hacer?
Los otros, con cierto sigilo, le propusieron:
—Vuela sobre el gigante y gánate su confianza...
—... luego muérdele por todo el cuerpo hasta descubrir el sitio donde se le puede herir.
Mosca dudó:
—Puede de un manotazo acabar conmigo, si le inquieto con mis mordiscos. El dolor le hará rugir.
Los otros sonrieron y dijeron para convencerle:
—Su piel es tan dura e impenetrable que ni siquiera le causan dolor nuestras flechas y nuestras lanzas...
—... por eso tus mordiscos no le harán mella y te dejará tranquila...
Y otro dijo gravemente:
—Pero cuando alcances el lugar donde es vulnerable el grito de dolor te envolverá y su saña querrá hacer presa en ti...
—... por eso debes en ese preciso momento estar lista para volar con toda rapidez a lo más alto de la copa del gran castaño que toca el cielo.
Mosca se dio perfecta cuenta del gran riesgo que encerraba la hazaña que iba a protagonizar, pero se vio con fuerzas de enfrentarse a ella y aceptó con pleno conocimiento el riesgo que iba a correr.
—No os preocupéis; yo iré hasta Uwulin y os traeré lo que queréis.
Mosca extendió sus alas, las agitó y sin dejar de hacerlo comenzó a revolotear por el espacio libre del gran valle hasta que halló al gigantesco ogro tendido sobre la hierba y durmiendo a pierna suelta.
Mosca, conforme lo habían acordado, se acercó al ogro y le mordió por todas partes. Él ni siquiera se movía, ni se lamentaba con las dentelladas que recibía. Cuando ya casi había recorrido todo su cuerpo acertó el insecto a morderle en el tobillo, con el cual mordisco le hizo a Uwulin dar tal respingo que el diminuto animal volador dio un saltó y salió agitando sus alas membranosas y fuertes a esconderse en lo más recóndito de la copa del árbol preparado para ocultarlo, a pesar de "que diera una patada con su imponente pierna".
Ya ante el consejo fue interrogado por los demás animales:
—¿Y qué?
—Mordí todo su cuerpo, como dijisteis...
—... sí, pero dónde le falla su fuerza.
—¿Dónde no tiene poder?
Mosca declaró:
—En el tobillo. Sin duda en el tobillo, porque nada más castigárselo con un bocado lanzó un grito de dolor y trató de atraparme.
Los animales del consejo quedaron satisfechos con la investigación y el trabajo realizado por su congénere.
De nuevo el consejo, ante los informes de Mosca, decidió:
—Fabricaremos una serie de leznas...
—¿De qué?
El otro siguió:
—...de hueso, de ciervo.
—¿Como las que se usan para hacer cestos?
El jefe asintió:
—Eso mismo. Iguales.
—Pero que sean más afiladas y más largas.
Todos quedaron de acuerdo.
Se pusieron manos a la obra y, cuando ya estuvieron listas una gran cantidad de leznas de tan afilado filo que era capaz de partir en dos la hoja del roble que cayera sobre él, se encaminaron hacia el camino que solía utilizar el gigante cuando salía de correrías en busca de hombres y animales con que alimentarse y, una vez allí, tras percatarse de que el ogro no les podía ver, la comadreja les recomendó:
—Colocad cada una de estas hirientes leznas clavadas en la tierra, con el filo hacia arriba...
Otro animal completó la frase diciendo:
—... que haya tantas y tan cercanas las unas de las otras que el propio Uwulin no pueda evitarlas.
Así lo hicieron y cuando la senda estaba sembrada de punzantes leznas con que herir al gigantesco ogro, todos los animales se refugiaron en las madrigueras cercanas, en las copas de los árboles y en las cuevas, a la espera de que su añagaza surtiera el efecto que ellos deseaban.
Al fin Uwulin apareció por el camino y penetró en el campo de las leznas, pisando muchas de ellas "y una le atravesó el tobillo, donde tenía el corazón".
"Murió instantáneamente".
Los animales dijeron:
—Hay que destruir el cuerpo.
—Que nunca jamás pueda resurgir.
—Hay que hacer algún exorcismo que lo borre de la tierra.
Los animales, reunidos en consejo, dudaban y se preguntaban:
—¿Qué haremos?
—¿Qué podremos hacer?
Se lamentaron:
—Antes hicimos caso a Mosca y nos fue bien.
—Ahora ¿a quién acudiremos?
—¿Quién nos ha de ayudar?
Se quedaron pensativos largo rato.
La comadreja, astuta y ladina, expresó:
—Ya sé a quién pediremos ayuda.
—¿A quién?
Aquélla respondió:
—A la pequeña ladrona del fuego.
Todos enmudecieron. Quedaron expectantes.
La comadreja preguntó airada:
—¿Es que ya no os acordáis?
Los demás animales negaron con la cabeza, llenos de estupor.
—No lo sabemos —dijeron.
—¿Quién será?
Aquélla expresó llenando sus palabras del desprecio que les merecía sus olvidadizos congéneres:
—¿No os acordáis de Araña de Agua! Ella fue quien robó el primer fuego y nos trajo el calor. Ella es experta en lances arriesgados y, sin duda de ninguna clase, nos dará el remedio a nuestra necesidad.
Todos asintieron con la idea de la Comadreja.
En efecto, llamaron a Araña de Agua y, al ser consultada sobre el hecho que les inquietaba, repuso:
—Destruid con fuego su cuerpo. De esta forma ya jamás podrá volver a la vida. El mundo de los cielos será su hogar. Su humo se ha de mezclar con las nubes.
De esta forma se movilizaron todos los animales y acarrearon sobre el cuerpo muerto de Uwulin numerosos troncos y ramajes secos, y lo cubrieron con ellos. Seguidamente le prendieron fuego y ardieron en una misma hoguera ogro y maderos muertos.
La comadreja ordenó a los presentes:
—Vigilad, que no se escape ninguna llamarada hacia el bosque, porque a través de ella podría huir...
Unánimemente "observaron con atención cómo se quemaba para asegurarse de que ninguna parte se escapaba a las llamas, porque temían que pudiera crecer alguna y que Uwulin renaciera".
(Leyenda miwok)


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