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CUENTOS MITOLóGICOS
CUENTO LOS CHAMANES HABLAN POR LA BOCA DE LA DEIDAD CREADORA (por Folklore Norteamericano)
"Dios creó al país indio y fue como si hubiera extendido una gran manta. Puso a los indios en ella... y aquél fue el tiempo en que los ríos empezaron a correr. Después Dios creó los peces en este río y puso ciervos en las montañas... Luego el Creador nos dio vida a los indios; echamos a andar y en cuanto vimos la caza y los peces supimos que habían sido hechos para nosotros... crecimos y nos multiplicamos como pueblo."
(Jefe Weninock)
Antes de que los dioses del pueblo piel roja creasen a los hombres, no existía la Tierra y hubo que crearla para cuando ellos llegaran. Sus deidades, bien extrayendo barro del fondo de océano y moldeándolo en forma de gran empanada o bien por cualquier otro modo mítico, constituyeron la gran isla donde se desarrolló el Mundo Medio, que es el mundo actual, el habitado por los seres vivos conocidos en el presente. No obstante estas teorías clásicas de la creación de la Tierra, los pieles rojas creen que el mundo actual donde se desarrollan sus vidas es el cuarto (indios hopi) o el quinto (para los navajos) de varios de ellos que existen en el universo celestial.
Explicaba el hechicero hopi a los guerreros que, sentados en el suelo y con las piernas cruzadas, rodeaban la hoguera y fumaban la pipa de la paz en el interior de la tienda del jefe de la tribu, porque en el exterior helaba:
—Los mundos flotan uno encima de otro de forma que el piel roja debe purificarse y ascender de uno al otro hasta alcanzar el nivel del Mundo Superior.
Los aguerridos hombres, de rostros adustos y feroces, al escuchar estas palabras caían en una especie de éxtasis místico y escuchaban arrobados.
El chamán continuaba:
—Los mundos que nos precedieron eran, sin duda, lugares que resultaban demasiado pequeños y fueron inundados del mal, contaminados por los vicios y la perversidad, a causa de las hechicerías a que fueron sometidos por los malvados. Sin embargo, el mundo siguiente es esencial y siempre constituye un respiro y un consuelo para el piel roja que persigue su superación.
Resultaba definitivo y fundamental para la vida espiritual de estos hombres la ascensión a mundos cada vez más cercanos al pretendido Mundo Superior. Por eso los pieles rojas (tribu de los navajos) apilaban una sobre otra cuatro grandes montañas y sobre la última plantaban una robusta y larga caña, a la que se subían para alcanzar el cuarto mundo, puesto que el tercero quedó inundado.
Y el chamán zuni ora con su pueblo diciendo:
—Todo piel roja debe viajar con fortaleza y seguridad a través de las cuatro cuevas subterráneas antes de emerger al Mundo Superior, donde poseerá el Conocimiento y la Visión.
De este modo tan esotérico y oculto se pasa de la creación de la tierra, del Mundo Medio, a la satisfacción espiritual de aquel pueblo que tiene que llegar y del cual van a ser responsables los dioses bajados del cielo; que primero construyeron una doctrina mística y luego la adaptaron a las criaturas que debían de acatarla sin ninguna clase de escapatoria.
Por eso bajó hasta la Tierra, desprovista de humanos, la diosa Estanatlehi o Mujer Cambiante (navajos) y sentándose a la orilla del camino, junto a la puerta de su cabaña, reparó en la planta del maíz que crecía en su huerto, tomó su fruto y, entre dos losas de granito, lo trituró.
Y, tiempos más tarde, el propio pueblo, por boca de su hechicero, diría:
—Tomó polvo de maíz y agua. Lo mezcló con la propia piel de sus pechos, que arrancó con suavidad. Y creó a la gente.
El Mago o Hacedor del Hombre (pueblo pima) igualmente desciende a la gran isla e, instalándose en su morada construida al abrigo de los vientos del norte y del oeste en la ladera de la gran montaña, decidió...
—... fabricar a los hombres utilizando para ello arcilla.
Pero antes debía construir un horno para cocer sus carnes y darles vida.
Pero, cuando el dios estaba en plena labor de creación, apareció a la puerta de su casa Coyote y, con sus dotes de embaucador y bufón ridículo, interfirió en el delicado trabajo, diciéndole al Mago:
—Creo, amigo, que cualquier cosa que cuezas en tu horno ya está lo suficientemente hecho.
El Hacedor del Hombre reconoció en la figura que le hablaba a Coyote y —aunque sabía de su estupidez y sus mentiras, también sabía que era parte integrante del milagro de la creación y que tenía poderes para realizar buenas acciones, así como que es el que procura que las personas pasen de un mundo a otro, al igual que es el responsable de esparcir las estrellas por el cielo— admite el acierto en sus palabras y cae en su trampa y le pregunta:
—¿Estás seguro de lo que dices, Coyote?
El aludido, lleno de jovialidad y burla, le contestó:
—Ya lo creo que lo estoy, señor. Compruébalo tú mismo sacando del horno y mostrándomelo.
El Mago le hizo caso y extrajo prematuramente a las criaturas de arcilla que quedó muy poco cocida y, por tanto, blanquecina...
—... y de este modo aparecieron sobre nuestro mundo los hombres blancos —explicó el chamán pima.
Con gran contrariedad del creador huyeron aquellos del lugar y se esparcieron por la tierra, concentrándose en determinados espacios. Pero fue de nuevo Coyote quien le hizo la siguiente recomendación:
—Si el calor del horno no ha sido suficiente para acabar de cocer a tus criaturas, haz otras y mantenías durante más tiempo entre las llamas de la jábega.
Al Hacedor del Hombre le pareció buena la idea del embaucador: conformó nuevos humanos con la arcilla que extraía de la montaña cercana y los introdujo en el horno ardiente. Por supuesto, los mantuvo más del doble del tiempo que estuvieron aquellos que quedaron blancos y cuando los sacó a la vida...
—...aquellas otras criaturas habían sido quemadas y la negritud les había invadido —explicó nuevamente el chamán en la reunión ceremonial alrededor de la gran hoguera que presidía la tribu.
Frente a estos resultados el Mago despidió con malas actitudes a Coyote, que desapareció rápidamente a lo largo de la gran llanura del sudoeste en busca de otros infelices a quienes poder embaucar y reírse de ellos.
El creador...
—... ordenó llevar a blancos y negros a ultramar y, una vez asegurado que allí descansaban, tomó reticentemente el Hacedor del Hombre nueva arcilla y moldeó con ella nuevos individuos y, como ya había aprendido a tomar el punto de la cocción justa que tenía que hacer, creó a los pieles rojas (pimas).
Los hombres blancos, sin embargo, vuelven a los territorios indios y son enviados como una maldición junto a la pestilencia y a la guerra (navajo) por el Primer Hombre y la Primera Mujer...
—... Atse Hastün y Atse Asdzan, que, envidiosos y contrariados en sumo por la prosperidad que gozaban los nativos, contaminaron su civilización con estas odiosas maldiciones.
Pero los blancos no eran bien recibidos por el pueblo piel roja, quienes, cuando sabían de su llegada, tomaban sus precauciones y preparaban sus hostilidades.
Eran los Surem (tribu yaqui) unos pequeños seres humanos que odiaban la violencia y los ruidos estridentes y agudos...
—... cuando llegó hasta ellos la noticia de que llegaban los hombres blancos, se reunió el consejo de ancianos de la tribu —explicaba el chamán de la aldea con palabras graves y preocupantes— en el que se dirimió la conducta más adecuada que debían mantener los Surem.
Ante los asombrados rostros de los fieles y supersticiosos pieles rojas que escuchaban embelesados las historias de sus antepasados, de sus orígenes, que les explicaba, lleno de misticismo y sabiduría, su guía espiritual y protector del aliento de sus ánimas, el anciano detuvo sus palabras y esperó a que alguno de ellos le animase a continuar con la narración de la epopeya mágica de sus ascendientes, Al fin, uno de los guerreros, considerando que tardaba mucho en iniciar el cuento, airado le espetó:
—¿Es qué aquí se acaba la historia? —e intrigado apremió con la pregunta—: ¿Es que acaso los ancianos de los Surem no llegaron a ningún acuerdo?
El chamán yaqui, condescendiente, continuó hablando:
—Ante la tesitura de tener que emigrar a territorios más alejados del hombre blanco o quedarse y tener que enfrentársele más o menos tarde en enconada lucha, los ancianos dejaron a su libre albedrío que los individuos eligiesen cada cual la conducta a seguir. Unos tuvieron miedo de los blancos y se marcharon a lejanas tierras. Pero otros se quedaron a hacerles frente con valor y firmeza...
El piel roja aguerrido y curioso cortó bruscamente el alegato que hacía el chamán, preguntando con anhelo:
—¿Y qué fue de aquellos seres enanos y sensibles que decidieron quedarse en su territorio?
El hechicero contestó lacónico:
—Que se hicieron altos y fuertes...
—...y dieron origen a nuestro pueblo...
Y continuó el chamán yaqui:
—... lucharon contra el intruso de ultramar y le vencieron...
—... arrojándole de sus tierras —completó la frase del hombre sabio el piel roja con sus palabras repletas de satisfacción y orgullo por el comportamiento de sus antepasados.
Pero una vez creado el pueblo piel roja, sus gentes necesitaban invariablemente que se les enseñase a hacer las cosas.
—Y entonces es cuando apareció en medio de nuestros padres el dios Usen y les mostró la forma de recolectar las hierbas buenas para hacer las medicinas que les curaban cuando enfermaban —expresó el hechicero apache a sus discípulos.
Más tarde fueron visitados por Montezuma (pueblo Papago), el Médico del Mundo, el que había creado el universo mezclando su propio sudor con el polvo sacado de su piel, y les enseñó a cazar y a cultivar el maíz.
—El creador original del mundo o de los seres humanos desaparece a menudo, son creadores evanescentes que desean ocultar su poder y su propia imagen verdadera de la mirada de los humanos. Dan su beneficio y escapan a su Mundo Superior —aleccionaba mitológicamente el chamán.
Pero los pieles rojas que habitan el mundo se olvidaron muy pronto de los dioses y de los beneficios que obtuvieron de ellos. Entonces se volvieron malvados y desobedientes...
—...y son aquéllos quienes les envían la destrucción.
El Primer Hombre y la Primera Mujer (pueblo navajo) enviaron, por ello, terribles monstruos a sus aldeas y tribus para destruir a los hombres...
—... porque les habían enfurecido al propalar por toda la Tierra "que la felicidad era su propia creación".
Tuvo que llegar nuevamente el propio Montezuma al mundo y crear una nueva raza humana para que luchase contra la primera y la exterminara.
Como la perversión, la maldad, el vicio y el improperio persistían aún sobre la Tierra, los dioses deciden anegar este pueblo enviándole un diluvio (apache), una inundación terrible que les sumergiera en el caos, lo tragara y lo hiciera desaparecer. Pero una deidad rebelde quiso que quedara algún residuo de la antigua civilización...
—...y "un espíritu vengador del Mundo Superior (indios caddo), una rana profética que corresponde así a cierta ayuda que recibió de los humanos (Alabama) y un perro parlante (cherokke)" se dirigieron a un hombre y a su esposa, anunciándoles que iba a sobrevenir sobre ellos la gran inundación y que se preparasen —les explicó a los pieles rojas el Amo del Aliento, que no quiere esclavizarlos sino darles la libertad.
Entonces les aconsejó:
—Debéis construir una balsa, una gran tinaja de barro o, si no podéis, debéis meteros dentro de una gran caña hueca, para soportar en su interior los embates y las furias de las aguas desatadas que os enviará el espíritu vengador.
La pareja de humanos elegidos escuchó las recomendaciones del espíritu bueno y le obedecieron.
Dentro de la caña mágica los esposos flotaron por encima de la superficie del mar desenfrenado y soberbio. Y preguntaron, desde su resguardo, a la deidad:
—¿Y cuándo sabremos el momento de salir y pisar la tierra?
El dios le contestó:
—Cuando las aguas decrezcan...
—¿Y cuándo será eso? —preguntaron los esposos cuya soledad que sufrían en el interior de su minúsculo aposento les comenzaba a agobiar.
La deidad rebelde les recomendó:
—Enviad al pájaro carpintero y a la paloma a buscar la tierra.
—¿Cuándo?
—Cuando las aguas desciendan. Y lo habrán hecho cuando las aves que vosotros enviasteis no vuelvan o si vuelven lleven embarradas sus patas.
Y cuando fue el tiempo el pájaro carpintero ya no regresó a su morada y la paloma lo hizo, pero marcó su huella de barro sobre la balsa de caña que acogía al hombre que con su esposa salvóse de la destrucción divina.
El hombre sacó su cabeza al exterior y, volviéndose a la mujer le dijo:
—Ahí fuera luce ya el sol. La tierra, feraz y prometedora, no espera.
Abandonaron su refugio y saltando sobre la superficie terrestre...
—... acometieron la tarea de volver a poblar la Tierra, tarea que realizaron a menudo con la ayuda divina.
Y el hombre santo, el chamán, el santón de la tribu, el hechicero, se levantó solemnemente de la gran piel de búfalo sobre la que se sentaba y sin mirar ni por un momento a su pueblo, a la congregación de pieles rojas que le escuchaban atentos, se retiró, perdiéndose en las penumbras de su cabaña, en la que meditó largamente sobre las cosas de este y del otro mundo, del Medio y del Superior.
(Leyendas pima, navajo, hopi, yaqui, apache y papago)


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