“Mientras observaba la sorprendente situación, sentí como si un escalofrío
recorriese mi cuerpo. Dicen que éste es el indicio inequívoco de que
alguien acaba de pisar el lugar que habrá de ser su tumba”.
El monje y la hija del verdugo, Ambrose Bierce.
No podía evitar aquella turbación al salir del departamento. En las madrugadas, cerca a las escaleras, sentía una presencia reflejada en el ventanal.
Reconozco que más de una vez fingí con mi enamorada oír ruidos desde mi cuarto, puertas que se abrían por voluntad propia y ese tipo de cosas. También le dije que en el estudio guardábamos la urna con las cenizas de un familiar, a quien veíamos seguido. No le aclaré que estas visitas las realizó mientras se encontraba entre nosotros y que de muerto no había asomado ni a dar las buenas tardes el muy ingrato.
Aunque me divertía asustándola, el malestar regresaba apenas me detenía a abrir la reja.
Al principio los problemas eran minúsculos, se perdía un libro o el llavero, pero poco a poco han aumentado.
Ayer una olla con agua hirviendo por poco no me cocina. Hoy un mueble, con mis libros favoritos y alguna que otra enciclopedia escolar, casi me sepulta al caer todo su contenido, como si una mano invisible lo hubiese empujado. Mis padres lo achacan a la mala suerte y me apremian a bañarme en ruda.
Traté de encontrar la explicación en una revista de inicios del siglo XX, en la cual Clemente Palma escribía sobre espíritus en pena, ligados al plano terrestre por sus malas acciones. Ahora bien, nuestro edificio no tendría más de diez o doce años de construido, por lo que no deberíamos tener a tan ilustre agasajado.
Creo que por alguna extraña razón un ser, a falta de mejor definición, se empeña en botarme de mi hogar. ¡Por supuesto que no iba a permitirlo!
Esa misma noche inició mi duelo con lo sobrenatural. Sustraje una botella con agua bendita de la parroquia y me colgué una cruz, que no usaba desde mi primera comunión.
Subí los tres pisos, elevando la mirada hasta el temido lugar. Desde la vivienda una criaturahorrible sonreía.
Surgió un ventarrón que casi me hizo caer. La figura movía su boca, no estoy seguro si dijo: “Es por tu propio bien” o “Esto te va a doler”. Antes que eso tuviera tiempo de reaccionar le arrojé el agua bendita. Acto seguido comenzó a quitarse la piel, como si se tratara de una cáscara, mostrando su carne putrefacta y los huesos.
La entidad proyectó en mi cabeza millones de formas en las que yo moría y créanme que demostraba tener imaginación. No resistí más tiempo, horrorizado salí corriendo sin poder emitir un solo grito.
Una vez lejos, llamé a mi enamorada y me invitó a pasar la noche junto a ella. Por fortuna tenía ropa de emergencia en su casa. Después busqué la ayuda de amigos hasta que pude encontrar un cuarto a la medida de mis posibilidades.
Al tiempo me atreví a visitar a mis padres, para recoger ciertas cosas. Ellos me recibieron extrañados, hasta ahora no entiendo si fue por la ausencia o por el regreso. La verdad es que pasaban un mal momento disimulando su alegría por mi súbita independencia.
Debo aclarar que me siento mucho más tranquilo en mi nuevo domicilio, puedo leer o escribir sin inconvenientes. Sólo existe un pequeño detalle que evita la perfección.
En las noches de luna llena, escucho terribles aullidos, esto me obliga a trancar la puerta y las ventanas, buscar algunas cruces, mi colección de estacas y esperar despierto la llegada del sol.