No había una vez, más, encendería la luz y si necesitaba copiar algo, iría así nomás, a la luz de una vela, de barco eran las esperanzas, como una pequeña balsa, dentro de su vida. Afuera del cuarto, bajo la ventana, no había quién opinara, en la cabeza el frío languidecía, al imaginar aquéllos incidentes. Por fin, se acercó a la jungla un viejo tigre qué le miró de frente, como en alguna infancia polvosa en la infancia tierna del circo, acompañado de vientos, rotos los pantalones, aunque la lámpara de aquél recuerdo estaba húmeda de alegría, tal vez demasiado para vivir ahora en cualquier pantalla.
El camino nocturno del regreso de la función, el día anterior, era liso, bajo los zapatitos gastados, del correr campos verdes y cosechas.
Pensaba, del espacio llena la mirada, y en las llamas, elefantes y camellos. Nocturno en el camino del circo. Y soñaba, universos de cebras,
malabaristas, como un destello qué la memoria estremece. El circo, ahora, está en las calles, diarios, televisiones y las armas gozan viendo solo sangres. ¿Porqué debía ser así, no lo sabía?
Nocturno, nocturno, en el camino de regreso...
Y con un sonoro arrullo, honesto, el tiempo daba tibios bamboleos, con ardillas en el bolsillo estuvo felíz ese día por la tarde, luego clavó los ojos en la pared agrietada y salieron amigables las arañas, los pececillos, las canicas y en su lugar el trompo y el balero... No el yo-yo, juego de muchos en la vida. De pronto, la noche terminó por despertarse, encendió la luz, con una flama, de vela era el mismo barco, y el mismo recuerdo del camino en la luna qué vivía, y a lo lejos le decía... ¡Estás en la luna, de nuevo!... Camine y camine, de noche, nada más.