Nueva York.
9:00 de la mañana, sábado 16 Septiembre de 197...
El doctor Jonas Freibourg está en un momento delicado de su experimento con electrolitos, ciertos mohos y el hombre interior. Freibourg (que, como muchos científicos, insiste en ser llamado doctor, a pesar de no ser en realidad un doctor en medicina), también tiene a su cargo la custodia de Leonard, su hijito, mientras Dilys Freibourg asiste a su clase semanal de cocina Zen. El doctor Freibourg ha llegado en coche con Leonard desde Nueva Jersey, y ahora el bebé está sentado sobre una manta rosada en un rincón del laboratorio. Leonard, de catorce meses, tiene una cajita de Malomares y un sonajero de plástico, y se supone que ha de jugar tranquilamente mientras su papá trabaja.
9:20: Leonard se ha comido todos los Malomares y está cansado del sonajero; deja la manta y avanza por el suelo del laboratorio. En lugar de arrastrarse a gatas, prefiere empujarse con los brazos, apoyando todo el peso en las manos, avanzando en una postura semisentada.
9:30:
El doctor Freibourg quita del plato petri un cultivo poco satisfactorio. No se entera de que parte del preparado no va a parar al cubo previsto para tirar tales experimentos fallidos, sino al suelo.
9:30 1/2:
Leonard halla el mejunje y, como todos los buenos bebés que desean investigar un producto extraño, se lo lleva a la boca.
9:31:
Al volver del autoclave, el doctor Freibourg tropieza con Leonard. El niño chilla y el doctor lo coge en brazos.
-¿Qué te has hecho, Lennie? ¿Qué te has hecho? Oh, ¿qué tienes en la boquita? -algo cruje-. Oh, Lennie, caca, caca... Tíralo... Aaaajjj... Aaaajjj... Aaaajjj...
Al fin el niño imita a su padre:
-Aaaajjj...
-Buen chico, Lennie, escúpelo a la mano de papá... Buen chico... -el doctor Freibourg saca algo de la lengua del bebé-. Oh, un Malomar. Bien, Lennie, bien.
-B...ieeeennn... -repite el niño.
Leonard ingiere el mejunje marrón y luego coge la nariz de su padre y trata de metérsela en la boca.
Desesperando de poder trabajar, el doctor Freibourg cubre con una tela su experimento, mete a Leonard en su cochecito y se dirige al pasillo para insertar la llave en la cerradura del ascensor automático, para bajar y salir del laboratorio secreto. Aunque se halla a un bloque del Riverside Park, el día es magnífico, por lo que el doctor Freibourg cubre varios bloques al este para reunirse con otros padres y sus bebés respectivos en los bancos del Central Park.
10:15:
Los Freibourg llegan al parque. Aunque ya tiene cierta dificultad en sacar al bebé del cochecito, el doctor no observa nada raro. Deja al niño sobre el césped. El pequeño se apodera de una pelota de tenis abandonada y casi le cabe en la boca.
10:31:
Leonard crece ostensiblemente. Todo lo que lleva le aprieta: la camisita deportiva, el pañal, los pantaloncitos de goma, y estas ropas, desde lejos, todavía pueden engañar respecto a su talla. Su padre está sumido en honda conversación con una linda divorciada que lleva dos mellizos, y aunque mira hacia Leonard de cuando en cuando, está seguro de que su hijo está a salvo.
10:35:
Leonard divisa algo brillante entre los arbustos del extremo más alejado del claro, y se arrastra hacia allí para examinarlo. Se trata, claro está, del resplandor del sol sobre el guardabarros de una bicicleta que, cuando él se acerca, retrocede; por lo que ha de seguir aproximándose.
10:31:
Leonard ha desaparecido. Lo cual tal vez sea un bien, porque su padre se habría alarmado ante la creciente expansión de carne rosada que se ve entre su encogida camisa y el tirante cinturón de sus pantaloncitos de goma.
10:50:
El doctor Freibourg levanta la. vista, descubriendo la desaparición de Leonard. Grita:
-¡Leonard! ¡Lennie!
10:51:
Leonard no vuelve.
10:52:
El doctor Freibourg se disculpa ante la divorciada para buscar al bebé.
11:52:
Al cabo de una hora de búsqueda, el doctor Freibourg llega a la conclusión de que Leonard no se ha alejado por sí mismo, sino que se ha extraviado o lo han secuestrado. Y avisa a la policía del parque.
1:00: de la tarde:
Leonard sigue sin aparecer.
En otra parte del parque, un borrachín se acerca a su prado favorito. Ve algo grande y rosado, que casi llena la mitad del claro. Antes de poder echar a correr, el fenómeno rosa se levanta, asiéndose a un pino para sostenerse, vacila y por casualidad se sienta encima del borracho.
1:45:
Dos enamorados se asustan ante los inexplicables ruidos que surgen de entre los árboles, sonidos de crujido de maleza y golpes sordos, acompañados de gritos inarticulados. Huyen al acercarse el monstruo, contándole lo visto a un policía incrédulo, el cual los detiene hasta que llega una ambulancia para conducirlos a Bellevue.
Al sonido de lo que creen un trueno, una familia que almorzaba al aire libre vuelve al lugar de su acampada y ven que les falta la comida, los platos y todo lo demás. Suponen que es obra de un ladrón en bicicleta, pero les extraña un trapo rosa dejado por el asaltante: es la camisa de un bebé, estirada hasta lo inverosímil y rasgada como por una mano gigante colérica.
2:00 de la tarde:
Nuevos agentes se unen a la búsqueda policial para encontrar a Leonard Freibourg, de catorce meses de edad. Llega la madre del bebé, y tras unos momentos para recriminar la falta de atención de su esposo, trata de mejorar la descripción oficial: había una barca pintada en la camisa, y unos cachorros de perro estampados en los pantalones de goma. La búsqueda se complica por el hecho de que los policías ignoran que el bebé que buscan no es el bebé que hallarán.
4:35:
Leonard está hambriento. Distraído por la aventura, hasta ahora ha jugado y ha sido feliz con un perrazo extraviado que es del mismo tamaño relativo que su escocés disecado de casa, su juguete favorito. Pero el perrazo ha reunido las escasas fuerzas que le quedaban para largarse, y Leonard recuerda que tiene hambre. Más aún, está enfadado por no haber hecho la siesta. Empieza a gimotear.
4:45:
Con rapidez preternatural, la angustiada madre oye algo.
-¡Es Leonard! -exclama.
Al oír el sonido, la policía se pone apresuradamente los impermeables y los gorros de lluvia. Un patrullero tienta el terreno por un temblor.
-En su lugar, señora -dice otro-, yo abriría el paraguas. Se avecina una terrible tormenta.
-No sea ridículo -le increpa la señora Freiburg-. Es Leonard. Le conocería en cualquier parte -grita-: ¡Leonard, soy mamita!
-No sé lo que es, señora, pero esto no parece la voz de un bebé.
-¿Cree que no conozco a mi hijo? -coge un altavoz-. ¡Leonard, soy yo! ¡Mamita! ¡Leonard! ¡Leonard!
Leonard oye los gritos al otro lado del parque.
5:00 de la tarde:
El helicóptero de control del tráfico informa sobre una forma pálida y extraña que se mueve por un rincón remoto de Central Park. A causa de su tamaño aparente, ninguno de los ocupantes del helicóptero relaciona esto con el bebé extraviado de los Freibourg. Cuando los excitados locutores radian los detalles y los hombres de la sala de control sonríen ante lo que creen las primeras manifestaciones de una gran broma, la masa empieza a moverse.
5:10:
En la principal zona de juegos, la policía examina sus armas mientras el aire se llena con el ruido de la maleza quebrada y la tierra empieza a temblar al aproximarse algo enorme. En las comisarías de ambos lados del parque, las centralitas no paran cuando los habitantes que viven por encima de la línea de árboles comunican la cosa increíble que acaban de ver desde sus ventanas.
5:11:
La policía se agazapa y esgrime las armas contra algaradas; los Freibourg se abrazan anticipadamente; se extiende un espantoso hedor y un ruido como el de una tromba de aire, y una figura inmensa llega al claro, acarreando ramas de árbol y arbustos que devora con alegría.
La policía se dispone a disparar.
La señora Freibourg pasa por entre los agentes, protegiendo a la enorme criatura con su frenético cuerpo.
-¡Deteneos monstruos, es mi bebé!
i-Mi bebé Leonard -repite el doctor Freibourg, y en aquel momento su alegría cede el paso a la culpa y la desesperación-. ¡El cultivo! ¡Dios santo, el cultivo beta! ¡y yo creía que se comía los Malomares!
Aunque Leonard ha derribado varios árboles y dañado innumerables automóviles al correr para reunirse con sus padres, se muestra muy cariñoso con ellos.
-M...m...m...m...m... -gruñe, cogiendo en vilo primero a su madre y luego a su padre.
La familia Freibourg se abraza entre sí lo mejor que puede. Leonard mira a su padre con una mirada malévola que la madre reconoce.
-¡No, no! -le suplica-. ¡Déjalo en tierral
El fenómeno deja en el suelo a su padre. Luego, riendo, agarra a un policía, lo examina y se mete la cabeza en la boca. Como Leonard tiene pocos dientes, el sargento emerge físicamente ileso, pero con las mejillas encendidas por el terror.
-Déjalo en el suelo! -repite la señora Freibourg.
Luego se enfrenta con el teniente-: Será mejor que le den de comer. Y que me den algo para poder cambiarle -añade, refiriéndose oblicuamente al hedor.
El teniente la mira extrañado hasta que ella le indica una masa sucia que está pegada al enorme pulgar del pie izquierdo-. El pañal está destrozado -se vuelve hacia su esposo-. Ni siquiera se lo cambiaste. ¿Y qué hiciste con él en mi ausencia?
-El cultivo beta -confiesa Freibourg. Está pálido y estremecido-. Es excelente.
-Pues será mejor que halles algo para invertir los efectos de la fórmula -razona su esposa-. Y cuanto antes mejor.
-Claro, querida -asiente el doctor Freibourg con más confianza de la que experimenta. Sube al coche de la policía que aguarda para trasladarlo velozmente al laboratorio-: A lo mejor, esto me llevará toda la noche -advierte.
La madre contempla calculadoramente a Leonard.
-O quizá toda la semana.
Mientras tanto, el camión lleno a medias con paquetes de Pan Maravilloso y el tanque del agua ha llegado con la cena de Leonard. Una de las dotaciones cherokee que ayudó a construir el puente de Verrazano Narrows ha arreglado lo del pañal, con una limpieza preliminar del bebé a cargo de varias mangueras apuntadas hacia él y manejadas por el Departamento de Bomberos Auxiliares. Los funcionarios del Madison Square Garden han traído unas lonas para tapar a Leonard en su cuna apresuradamente construida con diversos objetos, y los grafistas trabajan fuera.
-Pinte un pato -le ruega la señora Freibourg a uno de los grupos minoritarios con latas de sprays-. Quiero que aquí sea feliz.
Leonard juega con los rinocerontes Steiff de tamaño natural prestados por FAO Schwartz, y se dispone a dormir.
Su madre está de guardia hasta medianoche, por si acaso Leonard llora, y al otro lado de la ciudad, en su laboratorio secreto, el doctor Freibourg ha convocado a algunos de los mejores cerebros de la ciencia contemporánea para que le ayuden en su búsqueda del antídoto.
Mientras tanto, las grandes emisoras de televisión han establecido diversos puntos de vigilancia, con diversos cameramen en el lugar para grabar los últimos sucesos.
Ante la insistencia materna, la policía antidisturbios se ha retirado a la vecindad del Plaza. En el parque reina un ambiente de sosegada confianza. Pese a las luces y el ampliado sonido de la pesada respiración, la fatiga se apodera de la señora Freibourg, .y poco antes de amanecer se duerme.
5:00 de la mañana, domingo 17 de Septiembre.
Por desgracia, como casi todos los bebés, Leonard se despierta temprano. Seguro del amor de su madre, al despertarse sale de su cuna, encaminándose a la calle 79, saliendo del parque y dirigiéndose al río. Aunque la gente de la vecindad se despierta por el ruido que hace al deshacer la cuna y al chocar accidentalmente con un remolque que vuelca, y cuidadosamente el bebé vuelve a enderezar, ya es tarde para detenerle. Ha escapado del parque a tiempo, y todo el mundo se pregunta si cabrá entre los edificios de la calle 79 Este, dentro de unas horas.
5:11:
Llega la madre de Leonard. No consigue atraer la atención de su hijo porque ha soltado el taxi y chapotea con las manos en el agua, volcando las barcas en varios kilómetros a la redonda.
En su laboratorio, el doctor Freibourg ha conseguido reducir un gato a la mitad de su tamaño, pero no halla el modo de multiplicar la dosificación sin vaciar todos los laboratorios de la nación a fin de componer bastante brebaje con el ingrediente primordial. Está frenético porque sabe que no hay tiempo.
5:15:
A falta de otro modo de solucionar el problema, las mangueras de incendios propulsan leche a Leonard, acertándole o no. El bebé está furioso por los fallos y empieza a arrojar sus juguetes.
La Guardia Nacional, avisada cuando Leonard bajaba por la Calle 79 hacia el río, intenta disuadir al niño con artillería ligera.
Naturalmente, el bebé empieza a llorar.
5:30:
Pese a los esfuerzos matemos para que calle, con el altavoz y los rinocerontes Steiff atados al extremo de una polea gigante, Leonard sigue chillando.
Llegan los jefes de personal e intentan examinar el problema. Leonard llena casi el río en el lugar donde está sentado. Sus lágrimas han elevado el nivel del agua, amenazando con inundar algunas zonas de la Autopista FDR. Los camiones anunciantes radian simultáneamente discos de Chitty-Chitty Bang Bang, lo cual ha reducido los sollozos, disminuyendo así la inminente amenaza de derribar los edificios colindantes; pero aún queda el problema de las embarcaciones, ya que el niño juega con los remolcadores y las barcazas, pero, a causa de su edad, se aburre pronto, y ya ha arrojado varios juguetes al puerto, provocando desastres fluviales a lo largo de toda la Eastern Seaborrd. Ahora ha levantado la techumbre de un edificio y examina su contenido, sacando varias partes que le parecen apetecibles, las cuales devora enteras. Tras un abreviado debate, los jefes de personal discuten la posibilidad de usar armas nucleares de tipo limitado. Hay descartado el cañón tranquilizante a causa de la magnitud del problema, y se preguntan si varias dosis masivas de veneno causarían efecto.
Al escuchar algunas de estas conferencias, la angustiada madre se apodera del equipo del Canal Cinco para efectuar un llamamiento nacional. Todas las madres militantes de los distintos distritos marchan hacia el lugar, amenazando con una venganza en masa si al bebé le sucede algo.
Los problemas de la contaminación son cada vez más agudos.
La ONU se halla en sesión permanente.
Los primeros ministros de todas las grandes potencias han enviado mensajes de inquietud, con timoratas ofertas de ayuda.
6:30:
Leonard ha sacado los últimos pedazos del edificio, y como se ha cansado de jugar con la bomba de incendios, está aburrido. Cuando los tanques atruenan la Calle 79 Este, apuntando los cañones, y los bombarderos SAC despegan de su base secreta, el bebé se apoya sobre sus manazas y avanza hacia alta mar.
6:34:
El bebé ya ha llegado a aguas profundas. Los aviones SAC comunican que Leonard, flotante gracias a las enormes cantidades de grasa de su cuerpo, se sostiene estupendamente; ha desayunado una ballena.
Llega el doctor Freibourg.
-Ingredientes substitutivos. He hallado el antídoto.
-Demasiado poco y demasiado tarde –sentencia la madre.
-Pero nuestro bebé...
-Ya no es nuestro bebé. Ahora pertenece a los océanos.
Los jefes aún discuten varias alternativas.
-Tal vez deberíamos ir a buscarle...
-En su lugar, yo no lo haría -interviene la señora Freibourg.
El comandante supremo pasa su mirada de la madre a los jefes de personal.
-Oh, bueno, ya está en aguas internacionales.
Los jefes intercambian una mirada de alivio.
-Entonces, ya no es problema nuestro.
Sofocado por la culpa, el doctor Freibourg mira hacia el mar.
-Pobre, ¿qué será de él?
-Allá donde vaya -exclama la madre-, mi corazón estará con él, pero me pregunto si el agua salada será buena para su delicada piel.