Cuando Horus fue suficientemente mayor para poder desafiar a su tío Seth, convocó a la Enéada y a muchos otros dioses para que hicieran de jueces.
Con su madre al lado, Horus habló del cruel asesinato de su padre, Osiris, y de cómo Seth había usurpado el trono de Egipto.
Todos los dioses quedaron impresionados por la elocuencia de Horus, cabeza de halcón, y, tras haber oído toda la historia, también se compadecieron de el.
Shu, el gran hijo del Creador, habló primero:
-La justicia tendría que prevalecer sobre la fuerza. Seth tenía la fuerza de su lado, pero Horus tiene la justicia. Debemos hacer justicia a Horus diciendo: “Sí, tú ocuparás el trono de tu padre.”
Entonces Thot dijo a la Enéada:
-Esto es mil veces justo.
Isis lanzó un grito de alegría y pidió al viento del Norte que cambiase su dirección y que soplara hacia el Oeste para poder susurrar la noticia a Osiris.
-¡Dar el trono a Horus parece de justicia para toda la Enéada! –declaró Shu.
En ningún momento a nadie se le ocurrió preguntar al Rey de los Dioses cuál era su opinión sobre el caso.
-¿Qué significa esto? –murmuró Ra-Atum-. ¿Es que acaso la Enéada empieza a tomar decisiones por su cuenta?
Shu no se percató de que el rostro de su padre se había oscurecido y prosiguió confiadamente:
-Thot le dará a Horus el anillo de sello y lo coronaremos con la Corona Blanca.
Todos los dioses lanzaron un grito como señal de su aprobación. Todos, excepto dos: el dios Sol permanecía siniestramente silencioso y, en cuanto a Seth, avanzó de pronto y rugió:
-Si existe alguna duda en vuestros corazones sobre quién debe gobernar Egipto, dejad que este mocoso me desafíe en persona. ¡Entonces ya veréis como queda destronado!
-Todos sabemos que tal cosa no sería justa –protestó Thot-. ¿Cómo quieres que te demos el trono de Osiris teniendo a su hijo ante nosotros? Es su legítimo heredero, todos estamos de acuerdo.
-Yo no –dijo el dios Sol con frialdad.
Se produjo un silencio tenso y, después, Shu se lamentó:
-¿Y qué vamos a hacer ahora?
La mejor solución que encontraron fue la de ir a buscar al anciano dios-cordero de Mendes y pedirle que hiciera de árbitro entre Horus y Seth. Así pues, enviaron a buscar rápidamente a Benedbjed y, cuando este anciano dios hubo llegado, Ra-Atum le dijo:
-Te hemos hecho venir para que decidas entre estos dos jóvenes dioses y para que de esta forma se acaba la disputa que mantienen sobre Egipto
Benedbjed sabía que Horus tenía razón, pero a su vez tenía miedo de enojar al dios Sol, y dijo:
-Esta cuestión no se puede decidir sin aconsejarnos mejor. Enviemos una carta a Neith, la Divina Madre.
Entonces la Eneada le dijo a Thot:
-¡Escríbele una carta a toda prisa!
-¡En seguida! ¡En seguida! –prometió el escribiente de los dioses, y se sentó a escribir una carta a Neith. Ella la leyó e inmediatamente respondió con una suya.
Thot desenrolló el papiro y leyó la carta en voz alta:
“Dad el trono de Osiris a Horus, su hijo. Cualquier otra cosa sería tan perversa que el cielo se derrumbaría sobre vuestras cabezas. En cuanto a Seth, dobladle los dioses, dadle dos hermosas diosas para que sean sus mujeres y que ceda el trono a Horus”.
Y todos los dioses exclamaron:
-¡Esta diosa tiene toda la razón!
El dios Sol estaba muy enfadado y le dijo a Horus con desdén:
-¿Cómo puede gobernar un dios tan débil como tú?
Entonces se enfadaron los demás dioses, y el dios mandril Baba se puso en pie y le dijo a Ra-Atum:
-¡Tu santuario está vacío y no te haremos caso!
El dios Sol se sorprendió ante tal respuesta y para demostrar la ofensa que le habían hecho se tapó la cara y se tendió de espaldas al suelo. La Enéada comprendió que se habían excedido. Probaron de consolar a Ra-Atum, pero él se negó a escucharles. Se levantó, entró ofendido en su cámara y no quiso volver a salir.
Nadie sabía qué hacer y todos tenían miedo de lo que podría pasar en el mundo si Ra-Atum se negaba a navegar con la Barca del Sol por el firmamento.
Finalmente, Hathor, hija de Ra-Atum, decidió un plan. La bella diosa se puso a bailar y mientras lo hacía, empezó a quitarse la ropa. Los demás dioses hicieron un corro a su alrededor para verla mejor, y reían y aplaudían. El follón molestaba al dios Sol y sacó la cabeza por la puerta de la habitación para ver qué estaba pasando. Al ver a su hija bailando, Ra-Atum también empezó a reír y olvidó su cólera. El Rey de los Dioses volvió a sentarse con la Enéada y les dijo a Horus y Seth:
-Volveremos a escuchar vuestras razones y podréis defender vuestros puntos de vista.
Seth insistió en hablar primero:
-Yo soy Seth, el más fuerte de la Enéada. Cuando la Barca del Sol pasa por elcielo de abajo y las serpientes del caos atacan, sólo yo os puedo salvar. Soy el protector de los dioses y, por tanto, ¡tenéis que darme el trono de Osiris a mí!
Al recordar los horrores de la serpientes de caos, muchos dioses murmuraron diciendo que Seth tenía razón, pero Shu y Thot insistieron:
-¿Cómo podemos dar el trono al tío, cuando el hijo y heredero está aquí, ante nosotros?
Benedbjed contestó:
-¿Cómo podemos dar el trono a un jovencito, cuando su mayor está aquí, delante de nosotros?
Isis estaba furiosa con la Enéada porque no había hablado en favor de su hijo y no paró de quejarse que, en interés de la paz, prometieron que se haría justicia a Horus.
Entonces le tocó el turno de enfadarse a Seth:
-Cobardes, ¿cómo os atrevéis a romper vuestra palabra? Iré a buscar mi gran cetro y cada día le chafaré la cabeza a uno de vosotros, ¡y os juro que no discutiré mi caso delante de ningún tribunal en el que Isis esté presente!
Para mantener la paz, Ra-Atum dijo:
-Cruzaremos el río e iremos a la Illa del medio, y allí juzgaremos el caso. Ordenaré a Nenti, el barquero, que no cruce a Isis ni a ninguna mujer que pudiera ser ella.
Y así fue como la Enéada y todos los demás dioses y diosas cruzaron el río y plantaron sus magníficas tiendas en la isla.
La astuta Isis, Señora de la Magia, se transformó en una viejecita jorobada que llevaba un jarro de harina y pasteles de miel. Cojeando, se dirigió a la ribera, donde Nenti, el barquero, estaba recostado junto a su barca.
-Anda, joven –refunfuñó Isis-, llévame al otro lado. En esta jarra llevo comida para el joven que guarda el ganado en la isla.
-Lo siento, abuela –dijo Nenti-, pero tengo órdenes severas de no cruzar a ninguna mujer.
Entonces Isis puso un dedo delante de la cara de Nenti.
-¿Ves este anillo de oro que hay en mi dedo? Pues si me llevas al otro lado será para ti.
El anillo era muy hermoso y Nenti no pudo resistir el soborno.
-Bueno, abuela. Dame el anillo y te llevaré.
Pronto llegaron a su destino.
-Apresúrate en regresar, cuando hayas encontrado a tu pastor –gritó Nenti mientras amarraba la barca.
Isis ya se deslizaba por entre los árboles en dirección al campamento de la Enéada. Los dioses estaban celebrando una fiesta, pero Seth se mantenía alejado de tan alegre tertulia. Después de volver a cambiar de forma, Isis se acercó a Seth bajo la apariencia de una bella señora, vestida como una viuda. Tenía muy claro que su hermano podía ser el más fuerte de los dioses, pero ella sabía perfectamente que con astucia lo podría vencer siempre que quisiera. Isis sonrió y Seth fue corriendo a saludar a esa hermosa y atractiva forastera.
-¿Quién eres, preciosa? –preguntó Seth-. ¿Y para qué has venido hasta aquí?
Isis simuló que estaba llorando.
-Oh, gran señor, busco a un paladín. Yo era la feliz esposa de un pastor y le di un hijo. Entonces mi amado murió y el chico empezó a guardar el ganado de su padre. Un buen día llegó un forastero y se apoderó de todo nuestro establo; le dijo a mi hijo que se quedaba con la manada y nos echó. Mi adorado hijo quiso protestar, pero el hombre le amenazó con pegarle. Gran señor, ayúdame y conviértete en el paladín de mi hijo.
Seth la envolvió con sus brazos.
-No llores, bonita. Seré tu paladín y daré una buena paliza a ese enemigo. ¡Cómo osa un extraño quitarle las propiedades del padre cuando su hijo todavía vive!
Entonces Isis estalló en carcajadas. Se transformó en milán y voló hasta una acacia.
-Llora tú, poderoso Seth. ¡Tú mismo te has condenado! Tú has dictado sentencia.
Seth estaba tan enfadado que lloró lágrimas de rabia y los demás dioses quisieron saber qué le pasaba.
-Esa malvada me ha vuelto a engañar –se quejó Seth y les contó lo que le había sucedido.
-Es verdad, Seth, tú mismo te has sentenciado. ¿Qué piensas hacer ahora?
-¡Primero, mandaré castigar al barquero! –rugió Seth.
Nenti fue llevado ante la presencia de los dioses y, como castigo por haber desobedecido las órdenes, le cortaron los dedos de los pies. Desde ese mismo instante Nenti jamás volvió a mirar el oro.
Y entonces la Enéada cruzó el río y acampó en las Montañas Occidentales, mientras hacían los planes para la coronación de Horus. Pero Seth aún no se daba por vencido. Observaba la corona blanca sobre la cabeza de plumas de Horus y dijo:
-Por coronado que esté, no podrá gobernar hasta que no me haya derrotado. Te desafío, Hoprus. Convirtámonos en hipopótamos y luchemos dentro del río. El primero que salga a la superficie perderá.
Horus aceptó, pero Isis se sentó llorando ante el miedo de que Seth le matara a su hijo.
Al instante, los dos dioses se transformaron en hipopótamos y se lanzaron al río. Isis se apresuró a coger hilo y cobre y los convirtió en un arpón mágico. Lanzó el arma a las aguas transparentes, removidas por las dos bestias contendientes, pero no podía distinguir a uno de otro dios. La punta de cobre se clavó en el costado de Horus, quien emergió un momento para gritar:
-Madre, tu arpón me está perjudicando, ¡quítamelo!.
Isis ordenó al arma mágica que abandonara su presa. La volvió a lanzar y esta vez se clavó en Seth. Con un gran grito de dolor, Seth subió a la superficie, estirado por el arpón y exclamó:
-Oh, hermana mía, ¿por qué siempre tienes que ponerte en mi contra? ¿Qué es lo que te he hecho? Soy tu hermano, haz el favor de soltarme.
Como Isis no podía dejar de sentir un poco de lástima por Seth, ordenó al arma que se soltara.
Horus se enfadó con su madre por intervenir y por compadecer a Seth. Salió del río de un salto con una cara como un leopardo y le cortó la cabeza a su madre de un golpe con su cuchillo de cobre. Después se dirigió con grandes pasos hacia las Montañas Occidentales, con la cabeza de su madre bajo el brazo.
Isis, la Señora de la Magia, tranquilamente convirtió su cuerpo en una estatua y se dirigió hacia la tienda del dios Sol. Todos los dioses y diosas dieron un salto de sorpresa y Ra-Atum le dijo a Thot:
-¿Quién es aquella que se dedica a ir deambulando de un lado para otro sin su cabeza?
-Es Isis –contestó el más sabio de los dioses-. Horus le ha cortado la cabeza.
El dios Sol se horrorizó y juró que Horus sería severamente castigado. Isis regresó a su forma habitual y la Enéada emprendió el camino de las Montañas Occidentales en busca de Horus.
El joven dios había encontrado un oasis y dormía a la sombra de una palmera, cuando su tío le encontró. Seth lo cogió por detrás y le arrancó ambos ojos.
El joven dios gritó de dolor, mientras Seth se alejaba para enterrar los ojos. De regreso al campamento de la Enéada, Seth dijo que no había encontrado ni rastro de su sobrino.
Durante la noche el pobre y ciego Horus gimió de dolor, y a la mañana siguiente dos preciosos lotos habían nacido allí donde sus ojos habían sido enterrados.
Hathor, Señora del Sicomoro del Sur, había continuado la búsqueda de Horus; finalmente le encontró y se compadeció de su profundo dolor. Hathor, la gran cazadora, cogió a una gacela y la ordeñó. Después, se arrodilló al lado del joven dios y le dijo dulcemente:
-Destápate la cara.
Horus hizo lo que se le había dicho y Hathor derramó la leche sobre sus heridas. Con ello el dolor desapareció al instante.
-Abre los ojos –le ordenó Hathor. Horus obedeció y vio cómo la magia reparadora de la diosa le había devuelto los ojos y gracias a ello podía ver de nuevo. Hathor fue corriendo a ver a la Enéada y les dijo:
-Seth os ha mentido. Ayer encontró a Horus y le arrancó los ojos, pero yo le he curado y ahora viene hacia aquí.
Y entonces la Enéada ordenó a Horus y a Seth que compareciesen rápidamente delante del dios Sol y escucharan su opinión. Como ambos habían actuado mal, Ra-Atum dijo:
-Por última vez, dejad ya de pelearos y haced las paces.
Seth hizo ver que estaba de acuerdo y pidió a Horus que se quedara en su palacio. Horus, sin embargo, pronto descubrió que no podía confiar en su tío y volvió a pedir ayuda a su madre. Isis perdonó a su hijo de todo corazón y consiguió que todos los trucos de Seth se volvieran en contra de él mismo.
Finalmente, lleno de desesperación, Seth solicitó una contienda con Horus. Delante de la Enéada en pleno manifestó:
-Construyamos los dos un barco de piedra y hagamos una carrera bajando por el Nilo. Quien gane llevará la corona de Osiris.
Horus asintió al instante.
El poderoso Seth cogió su enorme garrote y golpeó la cima de una de las montañas próximas. Después construyó un barco de piedra maciza y lo arrastró hacia el río. Cuando hubo llegado, el barco de Horus ya estaba flotando en el agua, porque el joven dios había hecho camuflar un barco de pino y lo había rebozado para que pareciera de piedra.
Cuando Seth intentó hacer navegar su barco éste se hundió en el Nilo casi al instante y la Enéada rió. Seth se lanzó al agua y se convirtió otra vez en hipopótamo. Atacó el barco de Horus y, como que era solamente de madera, se rompió y no tardó demasiado en hundirse.
Horus cogió su lanza y se lanzó contra Seth, pero la Enéada le gritó que se parara y él obedeció.
Horus ya empezaba a desesperar, pensando que nunca se acabaría de resolver su caso, y emprendió el camino del Norte para pedir consejo a la sabia diosa Neith. Mientras tanto, Shu y Thot convencieron a la Enéada que enviasen una carta al mismo Osiris en el Bello Oeste, el reino del muerto. El camino de este reino era largo y peligroso, pero finalmente el mensajero regresó con una carta indignada del rey de los Muertos.
Osiris quería saber por qué habían desposeído a su hijo del trono y si los dioses habían olvidado que había sido Osiris quien había dado al mundo los preciosos dones del trigo y la cebada.
Cuando Thot leyó la carta en voz alta a la totalidad de los dioses, el dios Sol se enfadó con Osiris por haber sido capaz de decirle qué había de hacer y le respondió con otra carta llena de arrogancia.
Al cabo de muchos días, otro mensajero cansado regresó con una segunda carta del rey de los Muertos, y Thot la leyó:
“¡Realmente son buenas las acciones de la Enéada! –empezaba Osiris sarcásticamente-. La justicia ha descendido al infierno. Y ahora escuchadme: la tierra de los muertos está llena de demonios que no tienen miedo de ningún dios o diosa. Si les dejo ir por el mundo de los vivos, regresarán con los corazones de los malvados al lugar de castigo. ¿Quién de vosotros es más poderoso que yo? Incluso los dioses han de venir más tarde al Bello Oeste.”
Cuando el dios Sol oyó el contenido de la carta, también él acabó teniendo miedo y absolutamente todos los dioses acordaron que se tenía que respetar la voluntad de Osiris. Isis misma fue enviada a encadenar a Seth y traerlo ante la presencia de todas las divinidades.
-Seth, ¿le has quitado el trono a Horus? –preguntó el dios Sol.
Seth contestó sumiso:
-No, traed a Horus y entregadle el trono.
El joven dios volvió a ser coronado y colocado en el trono de Egipto; Isis gritó con alegría:
-Hijo de Nut, vivirás en el cielo conmigo como Señor de las Tempestades y cuando regreses, ¡toda la tierra temblará!
Finalmente Seth quedó satisfecho e hizo al fin las paces con Horus, con lo cual todos los dioses se alegraron.