Removiendo un campesino la tierra con su arado bien profundo, ve que un tesoro sale de los surcos.
Luego, con ánimo precipitado, abandonó el indigno arado y llevó los bueyes a mejores pastos.
Al momento, construye suplicante un altar en honor de la Tierra por haberle dado espontáneamente las riquezas en ella depositadas.
La próvida Fortuna le amonesta por la alegría ante su nuevo estado y se siente dolida por no haber sido considerada merecedora de incienso:
«Ahora, no llevas los bienes encontrados a mis templos y prefieres hacer partícipes de ellos a otros dioses; pero, cuando te arrebaten el oro y te sientas profundamente afligido, en tu indigencia acudirás a mí la primera con tus lágrimas».
Lección / Moraleja:
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