No lejos del Estrecho	   
	que hoy es de Gibraltar apellidado,		
	hubo antes un país, ya sepultado		
	por la furia del mar. Allí no había		
	ni un hombre que al andar fuese derecho:	 	
	ley natural, que de sorpresa embarga		
	por única en el mundo todavía,		
	nacer a los indígenas hacía		
	con una pierna corta y otra larga.		
	Salta pues, a los ojos	 	
	que a tal disposición de piernas, era		
	consiguiente y precisa la cojera;		
	pues aunque hay muchos cojos		
	por otras causas que decir no importa,		
	cojo es el que se ve por su desdicha	 
	con una pierna larga y otra corta,		
	o, términos usando generales,		
	el que tiene las piernas desiguales.		
	Aparte de la gracia susodicha,		
	cual si tuvieran en la lengua nudos	 
	mujeres y varones,		
	hablaban además a trompicones:		
	cojos eran en fin y tartamudos.		
	Arribó a este país un europeo,		
	y al notar circunstancia tan chocante,	 
	dijo muy arrogante:		
	Rey voy a ser aquí, pues no cojeo.		
	El hombre se llevó terrible chasco.		
	No bien de una ciudad las calles pisa,		
	cuando viéndole andar los moradores,	 
	quién de lástima exclama, quién de risa:		
	fruncen el gesto, y aparentan asco		
	señoritas, señoras y señores:		
	haciendo muecas y soltando pullas,		
	sigue la multitud al forastero,	 
	«que anda como los pavos y las grullas»;		
	y hasta un despilfarrado zapatero,		
	asiéndole del brazo,		
	en tomarle medida se empeñaba		
	para hacerle una bota, que supliera	 	
	con lo alto del tacón el gran pedazo		
	que, según él juzgaba,		
	en una pierna al otro le faltaba.		
	Burlado el infeliz de tal manera,		
	ya no pudo callar. -Pueblo sin juicio	 	
	(grita con voz robusta y altanera),		
	ir derecho no es vicio;		
	lo vicioso y lo feo  		
	es el vaivén, el torpe bamboleo		
	que sin cesar vais dando	 
	por no poder andar: yo soy el que ando;		
	y atónitos de ver mi gallardía,		
	cada cual imitarme debería,		
	si esto le fuese dable		
	a una turba de cojos miserable.	 
	Todas estas injurias imprudentes		
	no las oyeron bien aquellas gentes;		
	pues como al son de la primera frase		
	del colérico huésped, observaron		
	que no era tartamudo, no esperaron	 
	a que él sus invectivas acabase,		
	para aturdirle a voces y silbidos.		
	Cosa fue de taparse los oídos.		
	-¡Qué-qué-qué-qué (decían) lengua-guaje!		
	De-de lo que habla el mu-mu-muy salvaje,	 	
	la-la mi-mi-mitad se-se co-come.		
	Que un ma-maestro se-se le-le lleve,		
	y a fu-fu-fuerza de-de zu-zurridos,		
	que-que la-la costu-tu-tumbre tome		
	de-de hablar y an-andar co-como debe.	 	
	Si en escapar de allí se tarda un poco,		
	me le enjaulan por loco.		
	 		
	   Tal suele acontecer al desdichado,		
	que a combatir se atreve		
	un error por el tiempo consagrado.
  Lección / Moraleja:

Suele terminar mal quien desea combatir lo que los demás llevan mucho tiempo considerando como correcto.
